Para que no pareciera que me apuntaba al grupo de palmeros, he querido dejar pasar unos meses desde que me enteré, a primeros de septiembre, que el alcalde, J.J. Carnero, había decidido dar el nombre de una nueva plaza al exalcalde Javier León. No sé si estas líneas solo servirán para que algunos vecinos de los que colocaron pegatinas contra esta iniciativa reaviven sus críticas. Espero que no, pero vaya por delante que me da igual. Cada uno es libre de criticar, con respeto, lo que le parezca oportuno.
Conozco a Javier León desde hace demasiados años. Yo iniciaba mis estudios de Medicina y él era un joven médico al que le gustaba merodear a la salida vespertina de la clase de selectividad. Unos años más tarde, ya inaugurado el Hospital Clínico Universitario, le recuerdo en una mesa de la cafetería del personal, desayunando con un grupo de compañeros a quiénes llamábamos 'los ojalateros' y, es que eran los primeros años del felipismo y sus frases favoritas se solían iniciar con un «¡ojalá…!» (complétenla ustedes como les parezca). Siempre tenían una carga política y no eran precisamente socialdemócratas.
En 1987, cuando Aznar fue elegido presidente de la Junta de Castilla y León, Javier fue nombrado consejero de Cultura y Bienestar Social y decidió incorporarme a su equipo como jefe del Servicio de Asistencia Psiquiátrica y Salud Mental y Comisionado Regional para la Droga. Desde entonces, he trabajado con él, teniéndole como jefe, en dos ocasiones y quizás fue quien me introdujo el gusanillo de la política o quizás ya tenía yo algo en el código de barras. Aprendí mucho con él y no me ha ido mal, aunque en mi última etapa en la política municipal nos distanciamos. Cosas de la vida. Nada es eterno.
Nunca me solicitó que trabajara más que él, pero tampoco menos. Me dió autonomía y libertad para desarrollar mi trabajo. Fue un magnífico consejero y, al saltar Aznar a Madrid, no fue presidente de la Junta, entre otras cosas, por ser de Valladolid. Posiblemente, ha sido el mejor alcalde de Pucela de los últimos cien años. Permaneció en el cargo desde 1995 hasta junio de 2015, cinco legislaturas que ganó por mayoría absoluta, presentándose en otras dos ocasiones en las que, a pesar de ganar holgadamente, no pudo gobernar.
No tengo intención de hacer un repaso de todos los méritos que acumula para recibir el honor de que una plaza lleve su nombre, no es mi cometido ni mi función. Si lo hubiese sido también lo habría hecho, aunque muy probablemente, eligiendo una mejor ubicación.
Quiero destacar que no hay que confundir su ocasional mal carácter con su ideología. En lo relativo al temperamento, siempre me han aburrido los que pretenden ser la alegría de la huerta hasta en los tanatorios. En lo ideológico le considero, en muchos aspectos, una persona que ha impulsado políticas progresistas. Tres ejemplos vividos directamente: 1. Como consejero, consiguió que se aprobase la primera Ley de Servicios Sociales de Castilla y León. Algunos de los buenos resultados que actualmente se consiguen tienen su base en aquella norma. 2. En 1989, impulsó y desarrolló una reforma psiquiátrica moderna que todavía, en esencia, se mantiene. 3. En 2000, elaboró y aprobó, con el acuerdo de todos los grupos municipales, la Agenda Local 21, convirtiendo a Valladolid en la segunda ciudad española, después de Vitoria, en dotarse de esta herramienta para la sostenibilidad, la cual ha estado vigente hasta 2022, año en que fue absorbida por la Agenda 2030.
Su bagaje y trayectoria política no va a estar mejor o peor representada por tener una plaza, si bien creo que, como ciudad, se debería ser más generoso con quien, sin duda, ha contribuido a enriquecer y modernizar Valladolid.