Ana Belén Santos

Mejor Templado

Ana Belén Santos


Ya cinco años...

22/02/2025

Dentro de poco se van a cumplir cinco años del inicio de la pandemia, de hecho, ya ese virus dichoso circulaba a estas alturas por varias zonas del mundo. Sigo releyendo libros relacionados con el tema y sigo descubriendo cosas que me hacen pensar en lo inocentes que fuimos algunos. Yo, la primera. Pensé que el mundo iba a cambiar a mejor, que nos íbamos a dar cuenta de la importancia de vivir, de estar sanos, pero ha pasado todo lo contrario.

Vivimos un paréntesis que nos paralizó, que se cobró la vida de miles de personas, muchas murieron en situaciones completamente lamentables. Aún hoy, sus familias siguen pidiendo una justicia que no llega.

Han pasado muchas cosas desde entonces, muchas de ellas horribles, pero el mundo sigue girando con todos dentro, los que lo hicieron entonces muy mal y los que lo hicieron entonces muy bien, a costa de su propio bienestar.

También nos hemos enterado ahora de la cantidad de delincuentes que robaron a manos llenas, aprovechándose de la urgencia de conseguir productos sanitarios.

Y con la perspectiva que da el paso de los años, parecen muy salvajes algunas decisiones como las que se tomaron con los mayores en las residencias, o con la infancia.

Los niños fueron los grandes culpables, no podían salir de casa mientras sus mascotas sí, no tenían parques en los que jugar, volvieron al colegio con ventanas abiertas y mucha corriente de aire para no contagiar… Por no hablar de los niños que vivían en centros de acogida, con la mascarilla puesta todo el día y sin ningún tipo de cuidado.

Como siempre, la infancia, ese sector de la población que aguanta con todo, que no vota aún. Y en el otro lado, los mayores en las residencias, no ha habido nada más inhumano que lo que pasó allí, horrible, trágico, deleznable.

Es este el mundo que nos ha tocado vivir, con dos psicópatas al frente, uno a cada lado del globo, pero desde lo pequeño tenemos la obligación de seguir insistiendo en que las cosas cambien a mejor, por eso tenemos la obligación de transmitir valores a todos los que vienen detrás. No tenemos que dejar que los niños y jóvenes se conviertan en eso que odiamos.

Y no es fácil en un ambiente hostil, pero hay que intentarlo.

Llega la hora de buscar colegio y todos los centros se afanan por conseguir cuantas más matrículas mejor, porque en los últimos años, también nacen menos niños y ningún centro quiere perder líneas que les ha costado tiempo conseguir, por eso casi todos sacan a relucir sus resultados académicos, sus instalaciones, sus servicios complementarios... Pocos hay que cuelguen el cartel de 'Aquí reciben educación niños felices'. Se premia la vanidad, el ego…

¿Y para qué? Para vivir ese momento dulce, esa gratificación instantánea.

Pero detrás de todo eso hay mucha tristeza, muchas infancias con muchas carencias. Y por eso vemos como el acoso escolar sigue estando ahí.

Hace unos días, la Asociación Salmantina de Bullying y Ciberbullying (Ascbyc), lanzó una propuesta que quiere implantar en todos los centros escolares de la provincia, un semáforo que vaya marcando cuándo se debe actuar.

No haría falta ningún semáforo si todos utilizáramos el sentido común. Es evidente que hay muchos más casos de acoso de los que nos dejan las cifras oficiales, poco menos de sesenta en toda la Comunidad, en la última estadística oficial.

Hay muchos más casos, lo sabemos todos, pero entre los niños que no lo cuentan en casa, los colegios que prefieren mirar para otro lado y que casi siempre se dice eso de que «son cosas de niños»... la estadística se queda ridícula para lo que de verdad hay. Que se metan contigo no te hace más fuerte, que te insulten no te hace más fuerte, que te ignoren no te hace más fuerte, hace más fuerte al acosador que vive instantes de gloria despreciando a los demás. Mejor sería que nos fijáramos en él o en ella, que le dejáramos en evidencia, que le hiciéramos pasar un poquito de ese ridículo que él mismo fomenta.

Por eso hay niños que ya conocen la crudeza del peor lado del ser humano, ese que utiliza el acosador para suplir su daño. Y da rabia, porque ya les acompañará para siempre esa cicatriz. Lo mismo le pasará al «mal bicho» que se lo ha hecho pasar mal, si alguna vez se convierte en un ser de luz, se avergonzará toda su vida.

Y todo esto sigue pasando, a pesar de haber vivido una pandemia con miles de muertos que no nos ha hecho aprender nada bueno, seguimos viviendo, los que pueden, en una burbuja llena de viajes, cuidado a lo superficial y risas a carcajadas, esas forzadas, que esconden una tristeza infinita provocada seguramente por unos padres que no supieron estar.