Esta semana la vallisoletana Ana Redondo se estrenaba como ministra de Igualdad. Su toma de posesión centró todas las miradas porque suponía el relevo de una de las responsables más cuestionadas del anterior equipo de Pedro Sánchez, Irene Montero. Y allí certificó que no lo va a tener fácil porque la igualdad, por curioso que resulte, divide e incluso enfrenta. Esta es la sinrazón que se ha impuesto desde hace tiempo.
Las consecuencias directas las volvemos a ver en los actos institucionales programados para este 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género. Nuevamente se vuelve a evidenciar la ruptura del consenso entre los partidos que tanto costó alcanzar y se plasmó en un Pacto de Estado. Las formaciones, especialmente las ubicadas en los extremos, consiguen así restar protagonismo a la reivindicación, pero también ensucian el ambiente social con consignas efectistas, pero alejadas de la responsabilidad que otorga estar al frente de los distintos gobiernos, tanto nacional, como regional o local.
Este ruido no puede tapar que las cifras de víctimas están ahí, son inapelables. Estremece constatar que sube el número de mujeres muertas a manos de sus parejas o exparejas. De enero a noviembre de 2023, han sido asesinadas más que en todo 2022. Pero es que el maltrato y la violencia de género son cada vez más frecuentes, y donde más sube es entre los adolescentes. Esto son problemas reales que necesitan de gestión política, de aprobación de medidas eficaces y revisión de las que no lo sean. Cuestionar si es violencia de género y pretender rebautizarla es tan pernicioso como los mensajes del otro extremo que han avivado el odio al feminismo. Y ha generado una polarización social que se alimenta con estos discursos extremos que han conseguido difuminar o infravalorar los logros sociales de décadas anteriores y, a la vez, deformar el concepto y la feminismo para llegar a una caricaturización grotesca.
La eliminación de las discriminaciones por género, que siguen existiendo, aunque muchos se resistan a verlas, y frenar el incremento de las víctimas de la violencia de género no se conseguirá si se plantean las medidas como una batalla a ganar por asalto. Eso ya ha quedado demostrado. Tampoco negando el problema y esgrimiendo que hay otras violencias. Ese es el reto de la nueva ministra. Y no es menor.