Alfonso González Gaisán

No perder ripio

Alfonso González Gaisán


Mantenimiento

04/05/2024

En esta sociedad de bienestar vivimos un eufemismo, otro más, que lleva implícito una serie de exigencias personales y colectivas muy importantes: sus costes económicos cuya financiación genera unas demandas fiscales que imponen unas cotas intempestivas casi asfixiantes al pueblo soberano. 
Entiendo que el sistema debe mantenerse, pero también parece necesaria una gestión más eficiente, con menos burocracia por parte de la administración, y más participativa y comprometida por parte del pueblo soberano. Dicho de otra manera, reclamemos nuestros derechos cumpliendo con nuestros deberes.
Estos últimos ya han sido reflejados en campañas publicitarias televisivas, además de informados en los propios contenedores de basura. El resultado no es óptimo ni mucho menos: se contemplan demasiadas imágenes de cartones apilados junto a sus contenedores, sin que sirva de excusa que su diseño no sea el más idóneo. Cuando veo los modelos de otras ciudades y sus resultados, al menos estéticos, conseguidos allí, siento la tentación de la fotografía para informar de una resolución más eficaz. Urge alertar sobre la exigencia de depositar cada residuo en el contenedor correspondiente; especialmente en lo concerniente al cartón. En pos del mantenimiento de la ciudad y de nuestro marco de relación y convivencia, una vez más apelo a la Administración para, cuando menos, pedir unas medidas de limpieza y de salud pública eficiente y eficaz. 
Cambiando la mirada al reino animal, ¿hasta cuándo las palomas nos seguirán bombardeando con sus excrementos? Urge también una determinación, quizás no muy ecologista, que garantice la limpieza de nuestras aceras, vehículos, patrimonio…y controle la invasión del ave emblema de la paz. Llamo, desde aquí, al comprometido ciudadano para que se imponga, de manera imperativa, el compromiso ineludible de la recogida de las deposiciones y orinas de sus perros; y igualmente apelo a los fumadores para el uso de los ceniceros personales y al sentido del pudor de los viandantes que, con sus chicles y esputos, nos avergüenzan a todos. 
Una vez más el compromiso personal de cada uno respecto a sus deberes cívicos esenciales, que son fundamentales para conseguir una ciudad más limpia y mostrar mayor respeto a nuestro servicio de limpieza, además del ahorro que comporta.
Esta llamada al compromiso con el mantenimiento y la higiene es extensible a las primeras estructuras de gestión, las comunidades de propietarios. Esta necesidad debe llegar más allá que lo estrictamente exigido por la Inspección Técnica de Edificios, la ITE. 
Buena parte del parque de viviendas supera ya la cincuentena y eso se manifiesta en el deterioro de los materiales que han cumplido su vida útil. En particular, podríamos referirnos a las carpinterías exteriores. Buena parte de ellas ya renovadas, ya, pero a título personal. El resultado casi siempre es un totum revolutum de modelos colores y materiales que salpican nuestras fachadas alterando su composición. El mínimo orden compositivo que originalmente podía tener se ha teñido de estética caraqueña desafiando lo convencional, siendo generoso con la expresión. 
Parece obligado un compromiso estético tutelado, cuando menos, por la solución menos deficiente: se debe establecer, cuando menos, un patrón de actuación en los elementos comunes de la fachada del edificio. 
Con la arquitectura, ahora de moda, de las terrazas desplazadas unas sobre otras en vertical, se hace necesario un mayor control de la especulación inmobiliaria individual buscando ganancia espuria de edificabilidad, manifestada en metros cuadrados útiles privados. Otras actuaciones susceptibles de control: dejar estancias sin ventana directa a la calle; crear una falsa galería con ventilación de varias habitaciones o derribar el muro de la fachada para conseguir dos metros cuadrados más de salón. Vaya que la especulación forma parte del ADN nacional; parece que vivimos sólo dentro, percibimos el paisaje desde el interior y como mucho señalamos las tropelías del vecino de enfrente. 
Contemplemos ahora la imagen del paseante de la ciudad: si levantamos la mirada y observamos la perspectiva de nuestras calles, veremos la línea de alero discontinua, la falta de arbolado, la retahíla de caprichos personales de cada vecino, ya enumerada, sobre su fachada. Su sentido posesivo es falso. El paisaje urbano debemos preservarlo todos y parece que esto exige un ineludible compromiso del Ayuntamiento. 
El compromiso de mantenimiento, en particular del más valioso, el patrimonio catalogado de la ciudad, se encuentra en un momento clave con trascendencia no menor a la intervención del ferrocarril y con una incidencia clave para el mantenimiento del casco histórico. Podemos empezar por el convento de las Catalinas de manera inmediata, sin perder la vista la ciudad de la justicia, la residencia del Palacio Real, la Iglesia del convento de Santa Brígida (Palacio del Licenciado Butrón), el convento de San Joaquín y Santa Ana, la Academia de Caballería… y otras privadas menores, que deben contribuir a la recuperación del casco histórico como centro de la actividad articulando su necesaria función residencial de calidad. La tarea parece ardua y desafiante. Compañeros manos a la obra.