Ahora que buena parte de la población entra en una edad provecta y el sedentarismo campa a sus anchas habitualmente aporreando un teclado de PC, parece necesario el mantenimiento de nuestro cuerpo en buena forma por aquello de pasar nuestras revisiones médicas con la calificación de apto; entiéndase como tener que superar la ITV (del caparazón) pero sin pegatina en la frente que nos acredite para un tránsito social y personal.
Convengamos consensuadamente que los hábitos saludables a cualquier edad son bienvenidos porque nos dotan de un valor añadido en nuestro caminar como urbanitas, facilitándonos una mirada más clarividente sobre nuestra ciudad. Nos mantienen erguida la cabeza concediéndonos elegante prestancia en la contemplación del paisaje urbano con el descubrimiento (¡oh, sorpresa!) de alguna que otra obra singular. Arquitectura, quizás, no llamativa, pero que nos llama la atención. Ya se sabe: un mal proyecto bien ejecutado y construido mantiene el tipo; un buen proyecto mal ejecutado, no salva la cara. Convendría detenerse -más adelante- en ese puñado de edificios que al paseante curioso le sorprende con alguna llamada de atención, sea cual fuere.
No como deber social, más bien como estímulo provocador, animo a ese no tan pequeño ejército de viandantes, jubilados u operarios del mantenimiento, a que, de uno u otro modo, emitan su parecer sobre el paisaje urbano que les acoge y que su paseo cree una corriente de opinión relajada. Puede que no se disponga de legiones de humanos para esto, pero dado que todos los días salimos de nuestros cuarteles se crearía una corriente de opinión gratuita sobre algo que sí determina, cuando menos, nuestro ánimo.
Este deambular para quemar calorías exige un sacrificio y entraña un triunfo sobre la insoportable levedad del ser.
En muchos casos, la práctica de ejercicio físico va aparejada a la decisión vital de la vivienda elegida; léase aquellos que, como en un sueño dorado, optan por un adosado, adquirido o autoconstruido; resueltos éstos, habitualmente, en dos plantas, garaje y bajo cubierta, parecen pensados para una cita olímpica gracias al obsequio (inevitable) de 36 ó 54 escalones que, en los 'años mozos', suponen un acicate energético. Pero, uffff, cuando aquellos van cayendo hasta convertir la gravedad en 'grave edad', y la necesidad del espacio vital va reduciéndose porque los hijos vuelan del nido, esta residencia, fruto de ingente esfuerzo económico, va adoptando el carácter de mausoleo para eventos, con sirvientes incluidos. Las terapias, como nosotros, también envejecen.
Me quiero detener en el barrio de las Lomas, léase Parquesol. Ha suavizado sus exigencias físicas a la vista del aumento de edad media de la población: suben y bajan en elevador o escalera mecánica, pueden, incluso, elegir orientación. No son los únicos: en Pajarillos -Ánade, Estornino y Oriol- también gozan del favor de disponer, aquí solo de ascensor, con subida al Parque Fuente de la Salud y mirador de San Porro, por aquello de ser captados por la Benemérita que otea la ciudad desde el Páramo de San Isidro. El descenso es a los infiernos de unas calles inmundas con nombre de Pajarillos. Ironías de la vida.
Una vez más, la casa con los pies. A mi leal saber y entender, hubo un intento en el barrio 29 de octubre de una regeneración en profundidad de esta parte de la ciudad: presentaba una obsolescencia no programada, pero sí evidente, de sus viviendas, no así de su implantación en la trama urbana. Entiendo que eso las ha salvado de la piqueta después del concurso, con bolas calientes, que se realizó para liberar suelo y generar una edificación más eficiente, moderna e incluso con una imagen urbana atractiva.
El éxito debería estar determinado por lo que estás dispuesto a sacrificar por él. Pues bien, o hay muy poco sacrificio o Valladolid tiene muy mala suerte. Sigamos soñando que una ciudad bendecida por la capitalidad de los reinos de Castilla y León sea capaz de conseguir unas señas de identidad modernas y articulada con nuestro valioso patrimonio, aunque también salvajemente expoliado en tiempos pretéritos… e incluso más recientes. Solo nos resta confiar en los buenos profesionales de la arquitectura, que los hay, aunque los buenos no son siempre los mejores. Cabemos todos, sea por Valladolid.