Vayan estas líneas por aquello de recuperar la población de los lugares de los que se ha expulsado a sus moradores. Debería nuestra ciudad ponerse a ello, pues desde los inicios de este siglo no conseguimos aumentar la población: la barrera de los trescientos mil nos coloca en el puesto trece entre las ciudades españolas; agorero y agónico puesto.
El área más delicada, a estos efectos, es nuestro casco histórico. Lentamente, o quizás no, se va deteriorado de forma gradual, aupado y fagocitado a la vez por su pujante hostelería; a diario, a la hora del cierre del comercio esta noble trama urbana se abandona al silencio como contrapartida al bullicio de festivos y fin de semana.
La ciudad tradicional articulada en calles y plazas se ha convertido en un reclamo turístico de ocio, donde la cotidianidad de su menguante población residente en torno al comercio tradicional y la multiplicidad de usos y actividades va desapareciendo. Hasta el paseo de moradores, antes amable y reparador, languidece sin remisión.
El abandono de los habitantes tradicionales, ya sea por su avanzada edad, y la falta de atractivo para los más jóvenes, en muchos casos seducidos por unos equipamientos colectivos privados, que luego no son para tanto.
Las nuevas promociones en el centro deben participar de esta demanda, aunque sea fatua. El casco histórico no puede estar lastrado por la falta de equipamiento si queremos mantener su latido como ciudad.
Los pocos esponjamientos que permanecen en la trama urbana central deben resolver estas carencias.
El eje de equipamientos vinculados a las riberas del Pisuerga, desaparecen en su tránsito por su tangente cuando no han sido ya desmantelados. Cabe añorar, una vez más, las ya extintas piscinas de Deportiva y Samoa, oasis palpitantes para los trabajadores del centro. Reivindico, desde aquí, estas dotaciones para alcanzar la deseada equiparación a cualquier barrio; y extiendo la reivindicación a las provisiones educativas y culturales.
La ciudad se presenta ante un reto de excelencia en el borde de su casco histórico. Las próximas actuaciones en el convento de las Catalinas, capitaneadas por Primitivo, Ara y Noa González y construcciones Cabero, son una garantía. La futura Ciudad de la Justicia, tras encontrar escurridizo acomodo en el antiguo colegio del Salvador, pueden completar una intervención trascendente para nuestra ciudad. El concurso nace, a mi entender, con alguna duda. El tiempo para su desarrollo durante el mes de diciembre y su entrega como regalo de reyes parece, cuando menos, un poco forzado para una actuación que implica la construcción de un edificio de unos veintidós mil metros cuadrados. Su fecha de entrega (7 de enero) no parece la más indicada, pero lo que más dudas me suscita es su aparcamiento, en superficie por motivos de seguridad. Ni siquiera como excusa parece brillante. El aparcamiento de la ampliación del Hospital Clínico, vista la trascendente repercusión obtenida, parecería un modelo a seguir y más considerando su situación en el borde del casco histórico y su leve, pero relevante, influencia en los accesos de la ciudad, concretamente en unos de los ejes de penetración en la ciudad más demandados.
Las propuestas de mi querido y añorado José Antonio Flórez, apuntadas ya en el Plan Especial del Casco Histórico del 94, planteaba retos trascendentes, casi utópicos, hacia un futuro optimizador del ámbito de posibilidades a nuestro alcance. Lo utópico no coincide precisamente con lo imposible, más bien contiene una verdad prematura o anticipada.
No podemos ver el coche como un elemento hostil y menos en esta ciudad que tanto le debe. La nueva movilidad y sus combustibles, más amables siempre que se regulen de forma adecuada, y unas administraciones ejemplarizantes, podrían concedernos este margen.
Una vez más la ocasión la pintan calva, no hay que vacilar, sino tener decisión y diligencia para no perder las oportunidades que se presenten, pues no suelen aparecer dos veces.
A mayor abundamiento en este reto de la ciudad compacta y sostenible debemos reiterar nuestra demanda del soterramiento del tren y más, vista la difícil situación para su ejecución por las castrantes obras ejecutadas hasta ahora. Si no podemos soterrarlo vamos a elevarlo sobre la cota de paseo. Ciudades como Paris o Chicago tienen buena parte de su metro aéreo. Cómo no recordar la persecución en The French Connection bajo las vías neoyorkinas del metro aéreo. Casi todo cabe, incluso un gran bulevar sobre el trazado actual del ferrocarril; seguro que no es la mayor fuente de ruidos, aprovechando las bondades de la tecnología actual. Que se pronuncien, si no, los vecinos del viaducto del arco ladrillo, condenado a ser una singular imagen de nuestra moderna ciudad.
Todo parece posible, aportemos a nuestra particular tormenta de ideas el sueño de un nuevo Valladolid. Nos importa a por ello.