Ahora que la primavera empieza a balbucear y nuestros árboles comienzan a reverdecer y vestirse con un manto florido, su aroma se percibe, balsámico, entre los olores urbanos.
Justo ahora llega la Semana Santa, poco más de siete días. Nuestro Valladolid deviene único, con su personalidad irrumpiendo en su zona fundacional, entre iglesias y conventos. Valladolid huele a incienso.
Esta ciudad recobra el orgullo de sus moradores que, en buena parte, vieron la luz en sus hospitales. Durante los años 60 muchos de sus habitantes no éramos vallisoletanos, circunstancia que entrañaba una desafección notable hacia sus tradiciones. Aun así la Semana Santa con gran arraigo en nuestra Comunidad ha servido de nexo de unión y se ha convertido en el referente de esta ciudad.
Resulta cuando menos curioso ver cómo bajo los capirotes y los coloridos vestuarios de las distintas cofradías, donde domina nuestro violeta identificativo, se aúnan pobres y ricos, nobles y villanos se dan la mano, sin importarles su facha, que diría el poeta. Incluso blasfemos, católicos no practicantes y contumaces agnósticos se recogen en el capuchón anónimo, en esa necesidad de no ser identificado, protegiéndose en el anonimato.
Imagino que este artículo verá la luz en pleno acto central de la Semana Santa. Pretendo, tan sólo, invitarles a recorrer el cogollo de nuestra ciudad, entre las iglesias de la Vera Cruz, donde encontrarán buena parte de los más significativos pasos procesionales, entre los que destaca El Descendimiento. Merece visita, también, la iglesia de San Miguel y San Julián donde, sin el velo de la viudez, la imaginería castellana trasmite la cruda expresividad de los rostros, el patetismo y el realismo violento a través del Cristo de la Buena Muerte. Todavía recuerdo el encuentro del gran Antonio López ante la imagen, diría que entró en éxtasis en su contemplación. Podría citar varios de los conventos que circundan la zona donde las tallas compiten en realismo dramático de inusitada belleza.
Y en este ambiente entre místico, religioso, festivo y carnavalesco, no podía faltar el actual perejil de todas las salsas: el turismo como elemento sustentador de toda una actividad económica del sector de la restauración gastronómica. Pero obviando por un momento la mundanal experiencia turística, les invito a dejarse transportar en el tiempo a caballo de su imaginación, recorriendo las calles vacías del casco histórico y dejándose empapar de la monumentalidad de muebles e inmuebles provistos de sus mejores galas. Maderas talladas, decoradas y policromadas para conseguir la patética representación carnal del sufrimiento y del desgarro de la muerte. Segundos actores como los sayones que reverencian la belleza inmaculada de las vírgenes. O cómo la madera se convierte en un arte incomparable a través de las vestimentas y sus esgrafiados sobre los estofados de pan de oro, o los rostros que trascienden sus emociones al espectador.
Fue, y es, el primer cauce de comunicación visual y cognitivo en todo un ritual de percepción: el escenario teatral en movimiento, acotado por los cofrades con sus velones; sus escenas seriadas cambiando de luz y color.
El espectador, ahora turista, contempla de forma directa el mensaje, es catequizado y, sobre todo, deslumbrado por la belleza de las esculturas, por su puesta en escena, y la implicación de toda la ciudad.
Otro elemento de reclamo y captación de la atención, ¿cómo no?, es la música. Las bandas de cornetas y tambores inundan la noche vallisoletana en una febril competencia por la sintonía y el estruendo de sus vientos y percusiones.
Toda la teatralidad inunda la ciudad de Oriente a Occidente, de Norte a Sur. Ahora los barrios también participan de este secular espectáculo. Por encima de creencias y condiciones, la sociedad vallisoletana se aúna en su historia para la noche del Viernes Santo participar en su procesión general. Concluye con la llegada de la Virgen de las Angustias, flanqueada por los pasos a su templo, la iglesia de las Angustias, y bajo su dintel se entona la Salve y con los acordes del Himno Nacional capta la contemplación de su pueblo. La belleza de la Zapatona reposará hasta el próximo año.
Buen número de estas escenas teatrales se encuentran en sus iglesias de permanencia o en el Museo Nacional de Escultura como invitación a una contemplación más reposada de la mágica transformación de la madera en sentimiento y arte.
Toda una invitación a paisanos y foráneos a participar del disfrute de nuestra ciudad.