Imelda Rodríguez

Punto cardinal

Imelda Rodríguez

Especialista en Educación, Comunicación Política y Liderazgo


El índice del miedo

12/04/2025

¿Qué pensaría José Zorrilla sobre las andanzas de Donald Trump? Porque dan para una de esas obras teatrales en las que el célebre escritor vallisoletano describía a la perfección el ambiente social del momento. Como ocurre con el libro 'Entre clérigos y diablos', que combina perfectamente el entretenimiento ligero con las tensiones políticas. Y en esta tensión estamos, porque ahí nos tiene retenidos Trump. A Zorrilla, que solía unir la grandilocuencia con la crítica social, esta figura política le parecería deliciosa para atraer la atención del público general. Ahora bien, seguramente daría un matiz tragicómico y ridículo al personaje, mostrándonos su total falta de coherencia y las consecuencias nefastas de sus decisiones. Seguro que el ilustre poeta sabría explicarnos la diferencia entre la imagen pública que quiere mostrarnos Trump, como un titán desafiante, y la realidad que está provocando. Porque, no tengan dudas, está consiguiendo lo que quiere conseguir. Es decir, retar y concitar la atención del mundo, por encima de todas las cosas. En campaña electoral, prometió deportaciones a diestro y siniestro, aranceles masivos y rebajas agresivas de impuestos. Y ahí anda. Pero no solo eso, también se comprometió a eliminar las regulaciones sobre los cabezales de ducha para evitar el desperdicio de agua. Dicho y hecho. «Me gustaría darme una buena ducha para cuidar mi precioso pelo», dijo en el despacho oval de la Casa Blanca. Y, a continuación, firmó el decreto que fue difundido así: «Trump hace que las duchas de Estados Unidos vuelvan a ser grandes otra vez». Grotesco y muy preocupante. Esto es una tragicomedia, ya se lo decía yo. Como si la hubiera escrito Zorrilla en su mejor momento creativo. Estamos viviendo la espeluznante patada que provocan los líderes narcisistas que buscan su placer a través del sometimiento económico y emocional, no solo de su pueblo, sino del mundo entero. 

Hay rasgos potentes de narcisismo en la figura de Donald Trump. Lo vemos todo el tiempo, ayer y hoy, como cuando se pitorreó de los países que le suplican reducir sus polémicos aranceles. «Me están besando el culo», dijo regocijándose y humillando a tutiplén. Narcisismo en estado puro. Este trastorno de la personalidad solo está diagnosticado en un 2% de la población, aunque sus rasgos pueden extenderse hasta el 20% de esta. Según distintos expertos, las personas narcisistas tienen un autoconcepto exagerado y distorsionado de sí mismos, son egocéntricos y se consideran salvadores del mundo. Además, tienden a juzgar y a criticar a los demás de forma constante, aleccionándolos y evidenciando lo que ellos consideran como su superioridad moral e intelectual. Los narcisistas no atienden a las normas, necesitan un reconocimiento constante de los demás y siempre creen que tienen derecho al trozo de la tarta más grande. Lo exigen, lo imponen y culpabilizan al otro por no haber tenido el detalle de poner en su plato el mejor trozo del pastel. Son agresivos, fríos y despiadados. Están fuera de la realidad y, por lo tanto, es muy difícil que puedan liderar una misión a favor del progreso de todos. Más que nada, porque este propósito no les importa nada. No hay consistencia en su compromiso, ni certeza en sus palabras. Tan solo egoísmo, falta reiterada de empatía y manipulación. Y todos estos rasgos, en mayor o menor medida, no solo son atribuibles a Donald Trump, sino que pueden estar presentes en los comportamientos de personas que nos rodean, incluido el ámbito laboral. Por eso hay que estar atentos, en guardia, y saber defender con valentía aquello en lo que creemos. Esto será también lo que nos defina y nos de satisfacción, aunque no sea fácil hacerlo, ni tampoco cómodo. Pero revela quiénes somos de verdad. Eso trata de defender Europa, en otro contexto, ante los dislates de Trump (si se ponen de acuerdo y no llegan tarde). En definitiva, que esto da para una obra burlesca del maestro Zorrilla. Un relato simbólico de ese populismo barato que dice arreglar la vida de la gente y lo único que hace es enfangarla más. Lo sabe hasta el 'índice del miedo', ese indicador que mide la incertidumbre del mercado bursátil y que alcanza sus máximos cuando los inversores están bloqueados en una situación de inestabilidad. Como ocurre hoy. El miedo paraliza y quien desea controlar al mundo para su propio regocijo, lo sabe. Ante todo esto, no podemos ser uno de esos seguidores ciegos que, como personajes secundarios, incluiría Zorrilla en su obra para definir a los que evitan ver la realidad tal y como es. Por temor, cobardía y comodidad. Nuestra sociedad, el ámbito político y todas nuestras organizaciones necesitan al frente personas buenas y con mucho talento. Necesitamos líderes auténticos, tanto, como respirar.