En España somos muy de tener, al menos, lo mismo que el vecino. La envidia es un vicio nacional, que se trasmite de generación en generación, aunque tengamos suficientes elementos de juicio para constatar que perjudica más que beneficia.

Los ejemplos son múltiples y variados, pero esta semana viene a cuento hablar de los aeropuertos. En esta Comunidad hay cuatro, casi sin vuelos regulares y, por tanto, con muy poquitos pasajeros y también sin movimiento de mercancías. Una situación extrema, como la que vive ahora mismo el de Valladolid, que no se soluciona regando con dinero público a compañías de vuelos de bajo coste. Los usuarios buscan destinos atractivos a precios asequibles, pero la competencia con regiones del entorno es feroz y la dispersión de fuerzas en Castilla y León debilita cualquier posibilidad de competir con ellos.

Pero eso sí, ninguna de las cuatro provincias  donde se ubican quieren oír hablar de eliminarlos y se indignan cada vez que se toma alguna decisión que pueda ser beneficiosa para uno de ellos. No entienden que hay que dejar atrás las posiciones victimistas, muy propias de la endogamia local. Una provincia no puede aspirar a tener o mantener demagógicamente una infraestructura de este tipo  si no tiene el suficiente dinamismo económico y demanda social. 

Algo que sí se puede defender en el caso de una Comunidad Autónoma. Las estadísticas no dejan lugar a dudas y apuntan a la oportunidad de mantener un único aeropuerto. Pero el problema es la ubicación, un punto donde destaca la centralidad de Valladolid y sus buenas comunicaciones. Algo que provoca sarpullidos en determinados representantes públicos, que olvidan que la victimización a la que recurren para tapar una mala gestión es el último reducto de un político.

Un ejemplo del vodevil que rodea este asunto es la última ocurrencia de la Unión del Pueblo Leonés (UPL), que pide cuentas al Gobierno central por las informaciones que apuntan a que la Base Aérea de Villanubla, en Valladolid es candidata para operar con el futuro Eurodrone, descartando la leonesa de La Virgen del Camino. El argumento irrefutable que esgrimen es que «carece de sentido» postular la base vallisoletana. Es otro ataque de envidia, de los muchos que conocemos, que evidencia que este mal no tiene arreglo.