Las despedidas, aunque en ocasiones son un alivio, por lo general, son dolorosas. El sentimiento de pérdida y los recuerdos ocupan un lugar difícil de llenar momentáneamente, después ya se sabe que todo se diluye y olvida. En estos días en los que estamos preparándonos para despedir el año, tendemos a buscar lo mejor y lo peor que nos han dejado los últimos 366 días. Doce meses en los que, diariamente, han estado presentes el sufrimiento y las víctimas de dos guerras cercanas, resultando difícil encontrar recuerdos positivos.
Si todo el año ha sido nefasto, el último trimestre ha sido la traca final de un tiempo fatídico, en el que la gota fría levantina y el tsunami electoral estadounidense han ocupado todo el protagonismo. Es difícil encontrar algo positivo en la Dana salvaje que zarandeó como a un guiñapo a 78 municipios y dejó 223 víctimas y tres desaparecidos, salvo al Dios de la lluvia solidaria, especialmente juvenil, que inundó las calles llenas de muerte y lodo. En la victoria aplastante de Trump en las elecciones presidenciales de EEUU, lo único positivo es que solo le quedan cuatro años de estancia en la Casa Blanca y el último será pato cojo, ya que no puede repetir un tercer mandato, a no ser que modifique la Vigésimosegunda Enmienda de la Constitución. Lo intentará. Es capaz.
Los dos acontecimientos han evidenciado, cada uno a su manera, la orfandad ética que ilumina a la política actual. Tienen en común que en ambos han estado presentes el cabreo y la indignación ciudadana al detectar que los gobernantes no resuelven sus problemas, ni dan repuesta a sus necesidades, lo que hace que pierdan la confianza en las instituciones democráticas y brote con fuerza el nocivo populismo. Por eso los norteamericanos votaron masivamente a un matón condenado por 34 delitos, racista, misógino y megalómano. Según él, es el elegido por Dios para redimir a América y a todo el que se le ponga por delante. Pónganse en lo peor o, al menos, no delante de él.
El trumpismo es consecuencia de un malestar generalizado y real que la extrema derecha, lo políticamente incorrecto y la anti política, han sabido canalizar. Los refinados demócratas, quienes son percibidos como una élite alejada de la base social, no supieron ver la preocupación por la inflación, la incertidumbre financiera, la subida de los precios de la cesta de la compra y cómo llegar a fin de mes de la clase media. También pudo ser que en sus selectas universidades (en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, Harvard, Yale o Stanford) no era una asignatura de peso, o simplemente se olvidaron de las cosas de comer y se dedicaron a la política 'de sala de profesores' donde las prioridades son otras.
A partir del próximo 20 de enero, empieza una nueva época que se ha dado en llamar Trump 2.0, en la que una mayoría multirracial de clase trabajadora y un atentado fallido le ha conseguido colocar, a lomos de la mentira, en la Casa Blanca. La sed de venganza y la mala educación vuelven, con más fuerza si cabe, a la política. El nuevo presidente es imprevisible y nos sorprenderá, como ya estamos viendo en el espectáculo de sus nombramientos. Sus anuncios en campaña, aunque no son nuevos, son preocupantes para la UE y para las democracias liberales. Europa ha tenido tiempo suficiente para prepararse ante esta situación, que en ningún momento ha dejado de ser posible. Ha sido advertida que necesitaba fortalecerse y ahora nos toca hacerlo en el momento más débil de Francia y Alemania por problemas políticos internos, y con la fuerte reaparición de la extrema derecha prorrusa y los euroescépticos. Veremos en qué quedan las amenazas de abandonar la OTAN, la oposición a enviar más ayuda militar a Ucrania, los cambios en las relaciones comerciales y, sobre todo, si Europa está preparada y suficientemente unida para las hostilidades que se avecinan.
No voy a escurrir el bulto y obviar que pocos días antes de las elecciones, en mi artículo 'Mujer con gatos y sin hijos', aposté claramente por una clara victoria de Kamala Harris. Evidentemente, como politólogo no tengo precio. Desde entonces no paro de pensar si fui yo quien se equivocó en el pronóstico o fueron 74 millones de norteamericanos al votar los que erraron. Da igual, la realidad acostumbra a dar este tipo de sopapos, aunque, en esta ocasión, ya veremos quién se lo lleva.
Volviendo a nuestro país, la indignación ciudadana por la pésima actuación del gobierno central y el autonómico frente a la Dana también ha estado presente desde el primer momento de la desgracia. Los incidentes de Paiporta durante la visita de los Reyes y las manifestaciones contra la gestión de los presidentes Mazón y Sánchez, no estaban organizados por grupos de extrema derecha ni extrema izquierda. Fueron fruto de la rabia, el hartazgo y la ira contra unos representantes públicos que en ningún momento han estado a la altura de las circunstancias. La pugna política está centrada en ver quién no pierde esta sucia batalla, en la que muchos ciudadanos ya lo han perdido todo. Estos sucesos, donde la fe, la confianza y el respeto a las administraciones se han ido al traste, no se centrarán y aislarán exclusivamente en la Comunidad Valenciana. El hartazgo, el cansancio y la indignación forman un río sinuoso que irá aumentando su caudal y no parará, siendo un magnífico riego para la anti política. Al tiempo. Feliz 2025.