José Antonio de Santiago-Juárez

Frente al diván

José Antonio de Santiago-Juárez


Se pueden ir a hacer puñetas

06/12/2024

A los cinco días de producirse la catástrofe de la DANA, escribí en estas páginas el artículo 'Lágrimas' en el que indicaba que no me gusta opinar sobre estas situaciones dramáticas en caliente, porque se tiende a escribir desde las tripas. Ha pasado más de un mes y es evidente que la gestión de la tragedia valenciana está siendo un fracaso de las administraciones autonómica y central a todos los niveles y en todas sus etapas: antes, durante y después. Los reproches entre la clase política llegaron al mismo tiempo que la lluvia y desde entonces no han cesado. Se fue la DANA, pero ellos han seguido a lo suyo, que no es otra cosa que culpar al otro, esconder el bulto, echar balones fuera, amenazarse con los tribunales, lavarse las manos, intentar sacar tajada política de la tragedia con poca empatía con los afectados y sin ninguna autocritica. Mientras, en Valencia, tras la destrucción, el miedo y el silencio, las frases más repetidas por los afectados son «no nos avisaron», «nos han abandonado» y «no nos olvidéis». No les falta razón.

Evidentemente, la culpa de lo ocurrido fue de la lluvia persistente y enfurecida, pero también de la mugriente manera de entender actualmente la política en nuestro país, que cada día es más penosa. Posiblemente, estamos disfrutando de la peor clase política desde la transición democrática. Han llegado a la primera línea aquellos jóvenes que, con pantalón corto, hace décadas pegaban carteles durante las campañas, siendo este su principal mérito. Entienden la política como una forma de vida en la que quieren mantenerse hasta la jubilación. Su único objetivo es continuar cada cuatro años, ya sea en la oposición o en el gobierno. Sé que generalizar no es justo, no todos los políticos son iguales. He conocido y conozco gente magnífica. Además, tenemos centenares de alcaldes de pueblos que lo dan todo a cambio de nada. Pero, exceptuando a estos y a tenor de lo que estamos viviendo, el resto, por mí, se pueden ir a hacer puñetas. 

Se ha escrito mucho sobre los sucesos cargados de ira de Paiporta durante la primera visita de los Reyes de España el domingo 3 de noviembre. Algunos políticos creen que no era el momento oportuno, pero no son capaces de decirnos cuándo hubiese sido el día y la hora adecuados. Si no hubiesen ido, esos mismos les estarían afeando que tardaban en ir. Cada día resulta más difícil soportarles. Creo que era necesario que el Rey estuviese allí, acompañando, consolando y escuchando a los afectados, y soportando la ira del estado de desesperación de los ciudadanos a los que el agua les ha robado todo. Las imágenes de Felipe VI charlando y abrazando a los que le increpaban y las lágrimas de la Reina mezcladas con el barro, a algunos nos emocionaron y nos hizo sentir que el Estado estaba presente y a la altura. Los políticos, cobardemente y sin agallas, huyeron o se bloquearon. Deberían leer a Mao y aprender que «una sola chispa puede incendiar la pradera». 

La comunicación, que tanto les preocupa siempre y tan vergonzosamente presente estuvo en las primeras horas de la DANA, fue errática, desordenada y confusa. El PSOE se dedicó, en el Congreso, a repartirse los sillones de RTVE y el presidente Mazón a comer con una posible directora de la televisión autonómica. Desde primero de carrera se sabe que la comunicación en las catástrofes debe tener un portavoz identificable, que genere confianza y reconozca los errores. Es necesario hablar claro de lo que está pasando y actualizar diariamente el número de víctimas y desaparecidos. Se hizo exactamente lo contrario. Cada ministro informaba de lo que quería y cuando quería, lo que facilitaba y alimentaba los bulos, mentiras y noticias falsas en las redes sociales que también generan desgracias.

Enseguida, ciertos medios de comunicación, especialmente los capitalinos, culparon a la disfuncionalidad del Estado autonómico. El modelo territorial acostumbra a ser el chivo expiatorio de todo lo malo que ocurre en nuestro país, cuando lo cierto es que la responsabilidad está en quienes lo gestionan. Mientras discutimos si el modelo debe caminar hacia un Estado Federal o Confederal, nos olvidamos de que lo imprescindible, sea el modelo que sea, es la lealtad, la colaboración, la coordinación y la solidaridad. De esto no busquen, no encontrarán nada. Tampoco de asumir responsabilidades políticas. Todavía no ha dimitido nadie (no confundir con cesar). 

Lo que no falló, como siempre, fue la gente de a pie. Remangados, profundamente cabreados, cargados de rabia por sentirse mal gobernados, como un ejército de paz solidario, con un único objetivo, recuperar la dignidad de los afectados. 
Las ayudas anunciadas por el gobierno central y el valenciano parecen acertadas. Ahora hay que acercarlas a los ciudadanos, agilizarlas y simplificar el papeleo. No vaya a ocurrir como en la erupción de la Palma, que han pasado tres años y algunos afectados siguen viviendo en barracones y otros todavía esperan las indemnizaciones prometidas. Por lo que vamos conociendo, pónganse en lo peor.

Como la esperanza es lo último que se pierde, debemos extraer algún aprendizaje de lo ocurrido. La planificación adecuada, la anticipación y la evacuación a tiempo disminuyen las consecuencias de este tipo de catástrofes. La reconstrucción o la hacemos juntos o se hará mal. Se necesitan políticos preparados y responsables. No termino de ver claro que se haya recurrido al prestigio de los uniformes, a pesar de la buena labor que han realizado sobre el terreno. Cuando la política no resuelve los problemas, llega el hartazgo, aparece el populismo y se pierde la confianza en las instituciones. Estamos a un paso.