Daniel Rojo

Atolladero

Daniel Rojo


Nostalgia y dibujos animados

25/05/2024

Decía con frecuencia mi antiguo compañero (y maestro) en la sección de cultura de estas mismas páginas, Alejandro Fierro, que la nostalgia es tan adictiva como mentirosa. Y no le faltaba razón. Ese 'pasado' al que nos gusta regresar con nostalgia es muchas de las veces una recreación mental, en la que nuestro cerebro potencia todo aquello que nos hizo sentir bien en ese momento y minimiza los aspectos más negativos, las sombras. Un acuerdo tácito con nosotros mismos para mentirnos un poco y que nos los creamos, vaya. Pero lo que voy a contarles a continuación no es fruto de la nostalgia si no de una comprobación, y comparación, empírica de dos realidades: los dibujos animados que ven nuestros hijos en la actualidad -aluvión de series en las plataformas- y aquellos que pasaban por televisión en la primera parte de los 80 -dos canales sin posibilidad de elegir-, mi infancia.
Confieso que mi regreso a los dibujos animados de aquella época sí fue, en parte, por un arranque de nostalgia, por el deseo de compartir con mi hija aquellos títulos que me hicieron disfrutar y soñar, ser feliz como sólo se puede serlo con las ficciones que conectan profundamente con nosotros y nos acompañan para siempre. Y lo que me encontré fue un bofetón de realidad de esos que dejan regusto a sangre en la boca. Bastaron unos pocos episodios de 'D'Artacán y los tres mosqueperros', 'La vuelta al mundo de Willy Fog', el 'Sherlock Holmes' de Miyazaki o 'Ulises 31' para constatar el empobrecimiento total y absoluto -salvo honrosas excepciones- de las producciones con las que bombardean a la infancia en el presente. Y digo 'bombardean' por la cantidad ingente de títulos y por la forma en la que los consumimos: encadenados, deglutidos sin digerir y sin espacio para la reflexión y el necesario poso, importantes también en los niños, aunque sea de una manera más primaria -y con ayuda de unos padres dispuestos a acompañar-.


Si hay algo en lo que coinciden 'La patrulla canina', 'Vera y el reino del arco iris', 'Bebés llorones', 'Academia unicornio', 'Rainbow High', las diferentes series de Barbie, 'Petronix', 'Kitti Katz', 'Polly Pocket', 'Ladybug' o 'PJMasks' –ya ven que, tras muchas tardes de invierno, me tengo estudiado el asunto- es en unas tramas simplistas, tan aligeradas de contenido que casi no se pueden llamar argumentos, unos diálogos pobres lingüísticamente, sonrojantes, y el uso continuo, machacón y alienante de fórmulas y clichés que dejan a 'El coche fantástico' o 'El Equipo A' -si se acuerdan, había siempre una serie de 'argumentos plantilla' que se repetían hasta el hartazgo- a la altura de 'Doctor Zhivago' como poco.


Aunque la moda actual, a rebufo de las películas de Marvel, sean los grupos de 'superhéroes' o similares, niños, animales o mixtos con poderes y/o trajes especiales, llama poderosamente la atención que apenas haya villanos de los de siempre, carismáticos, con presencia, de esos que se recuerdan con más intensidad que a los buenos. En su lugar, encontramos un repertorio de personajes torpes y un poco ambiciosos, a los que sus fechorías se les van de las manos, pero sin mucha maldad. Lo justo para caer hasta simpáticos. Tal visión, políticamente correcta, blanca hasta la náusea, priva a esos pequeños espectadores de un aprendizaje básico: que en la vida hay tinieblas y luces, a menudo entrelazadas en nosotros mismos, seres humanos contradictorios, capaces de lo mejor y de lo peor.


Por no hablar de la ausencia de la muerte, casi hasta de la más mínima herida. Todos esos pequeños héroes pueden despeñarse por acantilados o sobrevivir a explosiones sin despeinarse, sin pagar ningún peaje, como si fueran de goma. Apenas hay personajes mayores o ancianos, y si los hay son abuelos que parece que tienen mi edad -como el de 'Centella'-. Y allí nunca se muere nadie. Ni dios. Nada que ver con series de antaño, como 'Mazinger Z' -es de los 70, la vi en vídeo-, con heridos y bajas en uno y otro bando, o con 'Caballeros del zodiaco', por poner dos ejemplos sin tener que retrotraernos a la seminal muerte de la madre de Bambi, que nos empezaban a mostrar la fragilidad de la vida, de este cascarón que llamamos cuerpo humano.


En la educación sentimental de nuestros hijos, que, por supuesto, no podemos cargar a hombros de los colegios, influimos mucho los padres, pero también esas ficciones que nos marcan en la infancia y nos dan nuestros primeros mimbres con los que mirar e interpretar el mundo. Y si cada vez son más pobres, vacías, tan finas como el papel de fumar -reflejo de nuestra sociedad actual, no lo duden-, calculen el favor que les estamos haciendo a las siguientes generaciones y a su capacidad intelectual y de resistencia.

ARCHIVADO EN: Marvel