Daniel Rojo

Atolladero

Daniel Rojo


Regreso a ‘Río Bravo’

22/03/2025

Debo confesarles que después de la columna que le dediqué a José Luis Garci, en estas mismas páginas hace poco más de un mes, me he quedado con ganas de escribir más sobre cine. Sobre cine clásico. Y no es porque haya vuelto recientemente a mi vida, no; el cine clásico me ha acompañado desde mis inicios como espectador, cinéfilo, cinéfago o como quieran llamarlo, en la infancia, gracias fundamentalmente a una de esas iniciativas que hoy serían imposibles, irrealizables tras la conversión de las cajas de ahorros en bancos sin alma, y que pertenecen a otra época y a otra forma de entender las cosas -en este caso, sí, cualquier tiempo pasado fue mejor-. 

Les estoy hablando del 'Cinematógrafo, una iniciación al cine para chicos', que es como se llamaba el proyecto que la obra social y cultural de la antigua Caja de Ahorros Popular de Valladolid puso en marcha en los años 80 para educar la mirada, cada sábado de la mano del fallecido Luis Martín Arias y de Pedro Guerra, a los niños de la ciudad interesados en el cine. Una filmoteca para la infancia en toda regla, sobre todo en sus primeras ediciones, que, vista en perspectiva, plantó en mí las primeras semillas que me acabarían llevando al periodismo cultural años después, cosa de los misterios del azar cósmico que con sus curvas y parábolas va dándole forma a nuestro destino.

Debió de ser en ese 'Cinematógrafo', o quizá en algún pase en la primera cadena de TVE -entonces solo había dos-, hace ya muchos años y muchas pelis de eso y los recuerdos no son tan de fiar como las hemerotecas, cuando vi por primera vez la película de la que quiero hablarles en esta columna, una película que para mí no fue 'una del oeste más', que tenía un aura de transcendencia, aunque por aquel entonces yo no sabía ponerle nombre a nada de todo eso. Me refiero a 'Río Bravo', de 1959, la mejor película de Howard Hawks, un cineasta cuya filmografía está plagada de títulos que merecerían esa misma calificación.

Con 'Río Bravo' y sus protagonistas vislumbré con una claridad meridiana el poder benéfico del grupo, de la pandilla de amigos para un niño, cuando está guiado por valores de ley como la amistad verdadera, la lealtad sin fisuras, el cumplimiento de reglas y códigos no escritos, pero que definen a la persona y sus actos y conforman al grupo como una entidad casi física, como una roca del tipo Antiguo Testamento frente a las adversidades bíblicas… 

Chance, Dude, Colorado, Stumpy y Feathers, los personajes de John Wayne, Dean Martin, Ricky Nelson, Walter Brennan y Angie Dickinson, representan todo eso y mucho más: también la oposición a la tiranía, al dictado del poderoso acostumbrado a que se haga su voluntad; el respeto a la edad y la experiencia, aunque conlleve la decadencia física; y la capacidad del ser humano para darlo todo, incluso la vida, por aquellos a los que se ama y respeta. 

Pese a que la figura de John Wayne era la dominante, el héroe por antonomasia de la función, en ese primer visionado ya me causó una honda impresión el personaje de Dean Martin, al que los mexicanos llamaban 'borrachón', ejemplo perfecto de redención al más puro estilo Hollywood clásico; y el de Feathers, una chica valiente, atrevida, independiente, indomable, con algo de mujer fatal del cine negro, que se medía de tú a tú con los personajes masculinos de la cinta y que se alejaba mucho de los cánones femeninos todavía imperantes en la sociedad de mi infancia.

Tanto en factura como en valores, podría considerarse a 'Río Bravo' uno de los últimos 'westerns' clásicos. Con el cambio de década llegaría una nueva hornada de directores iconoclastas, con Sergio Leone y Sam Peckinpah a la cabeza, que revolucionarían el género y sus principios estéticos y éticos. Y el paso del tiempo, con la oscuridad de los 70, el liberalismo criminal de los 80, el 'todo vale' de décadas posteriores y el cartón piedra de las relaciones sociales y políticas actuales como cima de nuestros logros colectivos, moldearían a los espectadores y a la propia sociedad hasta que los valores de la obra maestra de Hawks se vieran, desde el descreimiento, como algo ingenuo, casi cómico, reliquias de otra época en la que todavía significaban algo.

Curiosamente casi 30 años después de 'Río Bravo', el cineasta Michael Mann rodaría un reflejo posmoderno de ciertos temas de este filme con su impresionante, impecable, 'Heat', otra historia de grupos, amistades, lealtades, reglas y códigos que también me dejó huella. Pero, con un poco de suerte, ya habrá tiempo de hablar más detenidamente de este duelo entre De Niro y Pacino cuando se acerque su aniversario, a finales de año.

A estas alturas de la película, a pocos cinéfilos que verdaderamente se precien de serlo les quedarán dudas de las razones por las que 'Río Bravo' es un clásico, con letras de molde en oro regadas con bourbon, del cine. Por cerrar el círculo, como dijo Garci en el prólogo al muy recomendable libro que Juan Manuel de la Poza le dedicó al filme en 2023: «Hawks es una mezcla entre John Ford y Ernst Lubitsch, es decir, una combinación tan perfecta como el Dry Martini» y su 'Río Bravo' es «una de las obras más modernas y clásicas que nos ha brindado el cine. Decir clásica es decir siempre moderna. Decir clásica es decir siempre actual».