La relación tóxica de algunas capitales de Castilla y León con Valladolid daría para uno de esos 'culebrones' que triunfan en las sobremesas y que suman capítulos y capítulos. Los arranques de celos y envidia de políticos leoneses, los más habituales, pero también de salmantinos, burgaleses o zamoranos podrían ser una fuente inagotable de inspiración para los guionistas de esas series. No falla, cada vez que la capital se beneficia de una inversión, sea de la administración que sea, se la identifica con el protagonista ruin y vil que se queda con todo. Frente a ese villano hay otros actores secundarios, que son las víctimas de sus intrigas y que no pueden prosperar, ni tan quiera aspirar a una mínima justicia.
Una posición victimista, cada vez más habitual en la política actual, que necesita de poca argumentación lógica y que apela a los sentimientos más primarios e irracionales. Y se ha vuelto a repetir esta semana por enésima vez tras el anuncio de la inversión de 253 millones de euros por el Ministerio de Transportes para construir una nueva estación de tren en Valladolid. Esta vez los 'lloros' son por la falta de sensibilidad y empatía de un ministro vallisoletano por concentrar una inversión «estratosférica» en su ciudad y no repartir con el resto. Así, sin más. Sin analizar el porqué de la decisión de Adif, las necesidades de la red de ferrocarril que colocaran a Valladolid como un nodo vertebrador de la alta velocidad y las de la propia ciudad.
Entre los muchos diagnósticos que se podrían adjudicar a este comportamiento me gusta el denominado 'Síndrome de Procusto', que tiene origen en el personaje mitológico. Hace referencia a la tendencia de algunas personas que, movidas por su falta de autoestima e inseguridades, sienten rechazo hacia otras con características diferentes a las suyas, por norma general positivas o que les llevan a sobresalir, por el miedo a poder ser superados en algún aspecto.
En este caso, la proximidad lejos de generar sinergias y cooperación entre las provincias de la región, se convierte un factor que potencia la envidia y la rivalidad entre las mismas. Una relación tóxica que actúa como una caja de resonancia para denostar los éxitos de los vecinos, a los que no une ningún sentimiento de comunidad. Y el problema es que hay políticos que lo siguen cebando.