Imelda Rodríguez

Punto cardinal

Imelda Rodríguez

Especialista en Educación, Comunicación Política y Liderazgo


Hacer lo diferente

05/10/2024

Tengo la sensación de que creemos que el liderazgo es algo que cae del cielo, como los niños que nacen con un pan debajo de brazo. Y nos solemos llevar las manos a la cabeza cuando vemos la falta de líderes que hay en las empresas, en la política o en las instituciones. Y entonces nos preguntamos: ¿cuándo llegará alguien que haga las cosas de forma diferente? No lo demos más vueltas: el liderazgo comienza en las aulas. Empieza por un sistema educativo potente, capaz de fomentar en los estudiantes un pensamiento crítico y una actitud creativa y propositiva ante la vida. Personas fuertes en conocimientos y en valores, preparados para innovar, cooperar y resolver. Algo que debe impulsar más la política educativa a nivel práctico, es decir, en el día a día en las aulas, ofreciendo a los profesores y a los centros suficientes recursos para ello. Porque son nuestros niños y nuestros jóvenes los que tendrán la responsabilidad de liderar el futuro, algo que conviene recordar ahora que acaban de iniciarse las clases en los colegios y en las universidades. No son las leyes educativas (que suelen cambiar con el gobierno de turno) las que van a fomentar, por sí solas, su aprendizaje, sino los profesores que están cada día con ellos en el aula. Esto hay que tenerlo claro. Y los padres que tenemos la suerte de contar con profesores que sienten pasión por educar, que se comprometen y ayudan a cada niño a dar lo mejor de sí mismos, podemos estar tranquilos. Es el profesorado quien estimula la capacidad de liderazgo de las nuevas generaciones. Su tarea es vital y debe reconocerse más como tal.

Este liderazgo, esta capacidad de mover el progreso en la dirección adecuada, se inicia cuando nuestros jóvenes aprenden a discernir y a aplicar lo aprendido. Ser, pensar y actuar. Y aquí no hay inteligencia artificial que lo garantice. Porque la inteligencia artificial no enseñará a leer a un niño, ni tampoco a comprender lo que ha leído. Podrá orientar su creatividad, pero no hará que la tenga sin más (son cosas diferentes). Por eso: atentos al uso tecnológico en los primeros niveles educativos porque, si no se asegura lo básico, se seguirán quedando muchos niños atrás. La educación debe asentarse sobre tres áreas esenciales: la lectura, la escritura y las matemáticas. Saber leer, saber comprender y saber pensar. De esta forma evolucionará un alumno, sin frustrarse por el camino, y se corregirá la brecha entre los niños con más y menos recursos económicos. Si un alumno llega a la universidad con una cultura general floja y cometiendo faltas de ortografía, tiene mucho más complicado llegar a desarrollar todo su potencial o, incluso, adquirir la habilidad de comunicar eficazmente, una capacidad básica hoy para su empleabilidad. 

Queremos tener líderes auténticos en todos los ámbitos, pero estos no surgen por arte de magia. Salen de nuestro sistema educativo y, cuanto más sólido sea, más potencial tendrán los profesionales que mañana dirigirán compañías, se presentarán a unas elecciones o emprenderán un negocio. Por eso hay que formar más a nuestros jóvenes en el sentido de la confianza, para que eliminen las emociones negativas que suelen limitarles y sean capaces de dirigir su talento. Creo firmemente en ello y, de hecho, cuando asesoro la comunicación de una figura pública, sigo reconociendo esa falta de confianza en sus posibilidades, por muy elevada que sea su posición en la organización. Contradictorio, pero real. La confianza es la base de la autoestima, del bienestar y, por supuesto, del aprendizaje. Educar para que un joven pueda desarrollar todo su talento es la mejor manera de asegurar una próxima generación de líderes consistentes. Y esto comienza, también, con la labor de los maestros en la escuela. Los que, como el tutor de mi hijo pequeño, se dejan la piel para que cada niño sienta la necesidad de aprender, de soñar, de reír, de equivocarse, de colaborar, de participar, de crear, de escuchar y de amar lo que hace. Son nuestros maestros los que tienen la llave de ese liderazgo, que es una forma edificante de mirar y entender el mundo. De ahí que necesitemos crear más espacios de confianza para nuestros estudiantes, ayudándoles a ver lo capaces que son de realizar cosas extraordinarias. Educar para la confianza es asegurarnos una generación de líderes sanos, que no se distraen ni se impacientan, que no se agotan a la primera de cambio y que aplican su inteligencia para resolver retos. Esto es educar para la autenticidad, que no significa que cada uno sea como quiera, sino que logre dirigir sus acciones a un fin bueno para todos. Parece sencillo, pero no abunda. Por eso hay que persistir en la educación para el liderazgo. Estos líderes serán los que lo cambien todo para mejor, los que tengan la brillantez de hacer lo diferente.