Un tsunami de pesimismo y pánico está aplastando al mundo. La victoria de Trump y sus amenazas sembraron el miedo en muchos países, pero nadie pudo calibrar el alcance de sus decisiones en tan poco tiempo como media desde el 20 de enero hasta ahora. Y el temor es que la cosa vaya a mucho peor, tal y como se desprende de sus últimas bravatas, de los mensajes lanzados en la cumbre de Seguridad de Munich por su vicepresidente, J.D. Vance, de las declaraciones de su responsable de Exteriores, Marco Rubio, y de los apoyos que recibe de los sectores más ultras de Europa y de personajes como el argentino Milei, que imita a don Donald hasta en potenciar monedas virtuales que acaban arruinando a los incautos que las compran.
La guerra de los aranceles, que puede llevar a la recesión universal y a una inflación desmedida, está dando paso a una contienda ideológica cuyo primer paso es la humillación de la Unión Europea y su destrucción como baluarte de la democracia, la defensa del Estado del Bienestar y la lucha por los derechos humanos. En estas metas, aunque sea por distintos caminos, coinciden Trump y Putin. Ambos aspiran a repartirse el mundo como sucedió durante muchos años. Los dos añoran aquellos tiempos en que la URSS dominaba con mano de hierro, y tanques, tras el Telón de Acero y EEUU era el jefe, protector y guía de Occidente. Para lograrlo les estorba Europa. De ahí que quieran apartarla de las negociaciones (o lo que sea) sobre Ucrania y de ahí que deseen terminar con cualquier organismo e institución que sirva de contrapeso. Putin ya lo ha conseguido; Trump va camino de ello; incluso amenaza a los jueces que, legal y constitucionalmente, frenen algunos de sus desvaríos. Por tanto, nada de rabietas o de improvisaciones. No, Trump lo tenía meditado y ha actuado con celeridad para pillar a Europa desprevenida, pensando, ingenuamente, que no se atrevería a tanto.
¿Habrá reacción?, ¿habrá contraataque?, ¿alzará la Unión Europea su voz? Parece que sí, aunque quizás haya que preguntárselo a Abascal, que respalda a Trump frente a la economía española, o a Feijóo, que ni fu ni fa. Veremos.