El pasado 2 de abril se cumplieron tres años de la llegada de Feijóo a la presidencia nacional del PP. Se hizo con las riendas en el peor momento de la historia del partido, su supervivencia estaba en peligro y empezaban a oírse voces sobre la necesidad de un Congreso de Refundación. Los populares se desangraban por la derecha, nutriendo de votos a VOX que amenazaba en las encuestas con un adelantamiento, y por el centro, alimentando a Ciudadanos. Estoy convencido de que no lo buscó, no era su preferencia vital ni política, fue la presión de todos los barones territoriales la que le empujó.
Al hacerse con la dirección de Génova tenía por delante, al menos, tres retos políticos: pacificar el partido, devolver la ilusión a afiliados y militantes y alcanzar la presidencia del Gobierno de España. En estos tres años, los dos primeros objetivos los ha alcanzado, a pesar de que el ala dura, concentrada exclusivamente en algunos núcleos madrileños, continúa, siempre que tienen ocasión, con sus desafíos y no alcanza a ver que Ayuso y él son complementarios. Ha conseguido recuperar la autoestima colectiva de los populares con los inapelables resultados electorales durante este trienio plagado de urnas. En 2023 triplicó el poder municipal con respecto a 2019, alcanzando el gobierno en 32 capitales de provincias, catorce comunidades y dos ciudades autónomas, consiguiendo que el partido tuviera el mayor poder territorial de su historia. En julio de 2023, a pesar del daño electoral provocado por las prisas de Mazón en pactar con VOX, ganó las elecciones generales quedándose a cuatro escaños de La Moncloa y, un año más tarde, venció en las europeas.
Quedan, como mucho, poco más de dos años para que finalice la legislatura, salvo que el presidente decida adelantar las elecciones o se presente una moción de censura que salga adelante. Empezando por esto último, parece inviable ya que la debilidad del presidente fortalece y alimenta a sus socios parlamentarios que, aunque tampoco están para muchas alegrías ya que, excepto Bildu, todos llevan mucho plomo en las alas, se sienten muy cómodos con la situación caótica en el legislativo, de desmadre en el ejecutivo, con grietas en el Estado de Derecho y falta de respeto a los ciudadanos. El lodazal les favorece.
Lo del adelanto electoral es evidente que no está entre las prioridades de Sánchez por su apego al poder, su narcisismo, su obsesión por resistir y, aún menos, mientras le den la espalda los estudios demoscópicos no cocinados. Si bien con él hemos aprendido que su cuenta atrás parece que siempre está comenzando y que en minutos lo imposible se hace viable. Ha organizado al PSOE para recuperar el poder territorial perdido en 2023, tiene a medio gobierno compaginando el ministerio con el liderazgo de la oposición en distintas autonomías, lo que apunta a que puede hacer coincidir las elecciones generales con las municipales y autonómicas de mayo de 2027. Sus planes se podrían ver alterados por la presión política internacional para hacer frente al rearme europeo y cumplir los compromisos con la OTAN, que conllevarán un incremento del gasto en defensa y que, sin duda, se acompañará de ajustes y recortes en el gasto social, a lo que hay que sumar el terremoto arancelario de Trump, lo que podría empujarle a anticipar las urnas. Sea como fuere, en los próximos 24 meses Feijóo, arrastrando el lastre de Mazón, tendrá la ocasión de alcanzar su tercer reto.