Siempre se ha dicho que la mitad de los españoles tenemos un seleccionador de fútbol en la cabeza. Creo que me encuentro entre ellos, pero reconozco que cada día entiendo menos este deporte y que, entre muchas decepciones y pocas alegrías, me he ido distanciando de él.
Hace demasiado tiempo que no acudo a un estadio, creo que la última vez fue para ver la actuación de Michael Jackson en el estadio Zorrilla en 1997. Actualmente, solo me interesan los partidos de la Selección Española cuando no son amistosos. Me cae simpático el seleccionador, Luis de la Fuente, seguramente porque, cuando se hizo cargo del puesto, llevaba el fracaso tatuado en la cara y nadie daba un duro por él. Eso sí, una vez que 'La Roja' conquistó la Eurocopa de 2024, todos nos convertimos en 'fuentistas'. Ya veremos lo que dura...
No siempre ha sido así. Hubo un tiempo en que seguí al Pucela con entusiasmo juvenil. Todavía recuerdo cuando ascendió de tercera a segunda división en la temporada 70-71 y, enarbolando una bandera blanquivioleta hecha a mano y con prisas que parecía cualquier cosa menos lo que era, salté al césped y bajé a los vestuarios del viejo estadio para celebrarlo. Ese día, junto al novedoso estilo de juego de la 'naranja mecánica' capitaneada por Cruyff en el Mundial del 74 y el juego del equipo junto al gol de Iniesta en la final del Mundial de Sudáfrica de 2010, han sido los momentos que más alegrías me ha provocado el fútbol. Por hacer honor a la verdad, mi corazón deportivo, aunque sea desde la distancia, sigue siendo del Pucela.
El deporte en general tiene mala memoria, pero el fútbol no tiene ninguna, es amnésico. Cuando las cosas van bien, un presidente de un club, un entrenador, un jugador o un equipo suelen ser considerados geniales y entusiasman a sus seguidores hasta llevarlos al éxtasis, pero cuando en su camino se cruzan un par de derrotas seguidas pasan a ser unos robaperas, unos tuercebotas y unos mercenarios despreciables. En ocasiones, hasta en los éxitos, el enfado colectivo de una afición se vuelve contra su equipo. Así sucedió la temporada pasada en el estadio Zorrilla, cuando el Real Valladolid ascendió a primera división y la afición de forma masiva coreó al entrenador «Pezzolano dimisión». Los socios y los seguidores tienen todo el derecho a mostrar su desencanto y enfado, faltaría más, pero sigo sin comprender aquella reacción desmedida. Supongo que son las cosas del fútbol que, como ya he dicho, cada vez entiendo menos.
Ejemplo de esa flaca memoria, es la moción 'Para rescatar al Real Valladolid' presentada por el Grupo Socialista en el Ayuntamiento, que mezcla fútbol con politiqueo barato y demagógico. Intentar trasladar a los socios, aficionados y ciudadanos que, con un cambio de propietario del club, preferentemente por empresarios vallisoletanos, todo iría mejor y volvería el buen fútbol y los goles, me resulta pueril y solo consigo ver ganas de enredar para intentar sacar tajada electoral, aprovechando la descomposición deportiva del Pucela. Evidentemente, el PSOE ha olvidado el 'Bienvenido, Míster Marshall' que propició, alimentó y monopolizó el entonces alcalde, Óscar Puente, en septiembre de 2018, con la llegada de Ronaldo al Valladolid. Luego vino el desencuentro, el desamor y la actual consideración de apestado. Desde mi ignorancia deportiva, espero y deseo lo mejor para el Real Valladolid. El club, la afición y la ciudad se lo merecen.