No me parece una proeza forzar a Crispin de Olot a bajarse del escenario, el trovador que mejor defiende la raigambre medieval de nuestra cultura. No me parece un alegato inteligente exclamar contra Alfonso Fernández Mañueco por el hecho de que el Presidente de la Junta acudiera a Alcalá de Henares al cenit de Luis Mateo, leonés de Villablino: acudió donde tiene que ir quien en tan emocionante ocasión para representarnos a todos. Y no me parece muy expresivo andar con silbatos y "mordores" vallisoletanos en día de la fiesta. Eran pocos pero había mucha equivocación.
Es difícil explicar cómo una minoría tan rotunda puede seguir enredando tanto, pero lo cierto es que el leonesismo excluyente no pierde ocasión de ponerse en evidencia siempre que puede. Los altercados del pasado martes son su última hazaña. El grupo se distingue por su alergia a los matices. Confunden lo identitario con lo administrativo. Se instalan en el agravio ceñido a lo adjetivo olvidando lo sustantivo. Parece que solo les interesan los fracasos del pasado y no sus logros. Piensan que se pueden emplear soluciones sencillas para problemas complejos.
León necesita impulso. En sus años brillantes disponía de los ingentes flujos de la minería de la provincia, potentes instalaciones militares que atraían recursos y una relevante actividad de servicios adyacente. Parte de ese "glamour" se ha perdido. Pero el lamento permanente sólo genera melancolía. El mundo es demasiado grande como para pensar en León sólo a estas alturas de la película. Los sentimientos llenan el corazón pero no colmatan la barriga. El capricho es una evolución nociva del cariño mal entendido.
Ha sido una pena que la idea de celebrar objetivos comunes con identidades propias que ha impulsado la Junta haya derivado en una algarada de poco gusto y ningún aprovechamiento. Celebrar no es agredir. Y en León mejor que en otro sitio es relevante recordar que es más importante el fuero que el huevo. Aunque éstos últimos vayan en plural.