Va a ser cierta esa tendencia que afirman los antropólogos como característica del ser humano, que consiste en aplicar una notable capacidad de olvidar o minimizar situaciones ingratas en cuanto han cesado sus efectos negativos. Se busca obsesivamente la vuelta a la normalidad y, cuando se ha conseguido, aunque sea de forma incompleta, se deja de lado aquello que la interrumpió, como si hubiera sido un acontecimiento puramente ocasional y pasajero.
Algo de esto ocurrió con la pandemia del 2020, como fácilmente se puede apreciar. Se formularon todos los compromisos imaginables sobre el régimen de las residencias de mayores y las condiciones que debieran reunir, sobre los protocolos hospitalarios, sobre las prevenciones de salud pública, sobre la coordinación de las competencias administrativas en materia sanitaria, etc., etc., y no parece que los cambios comprometidos se hayan llevado a la práctica con la suficiente prontitud.
Acabamos de recibir otra dramática lección, también ahora, como entonces, ilustrada con imágenes terribles y con testimonios desgarradores. Esta vez ha sido la fuerza de una naturaleza alterada en su propia esencia. Como bien se ha explicado estos días, no eran desconocidas estas manifestaciones de poderío a lo largo de la historia; se sabe de gotas frías, desbordamientos, inundaciones y desastres torrenciales con relativa frecuencia y desiguales efectos. Pero la forma en que se ha producido esta catástrofe era verdaderamente inédita. Y se puede establecer una relación de causa a efecto entre el comportamiento humano y la reacción de la naturaleza, en términos de cambio climático, como base de análisis científico cada vez más fundamentado.
Podemos pensar que quizá no haya otra DANA hasta dentro de veinte años y vaya usted a saber donde caerá; podemos pensar que puede haber otra dentro de unos meses justo encima de nosotros. Esa es nuestra opción. Posibilidades de mejorar la prevención y de disminuir los efectos existen. Pero es necesario hacer un esfuerzo colectivo para que la capacidad de olvidar las catástrofes no nos encamine de nuevo hacia zonas de confort cada vez más precarias y más limitadas.