Afirmaba hace poco nuestro admirado literato leonés, José María Merino, que "el uso masivo del wasap y los emoticonos está empobreciendo la conversación hablada". No tuve que pensar mucho sobre el preocupante alcance de tal afirmación porque hace ya tiempo que vengo pensando exactamente lo mismo. Se han extendido de manera descomunal ciertas formas de expresión, directamente relacionadas con las nuevas tecnologías de la comunicación, y es probable que no seamos aún muy conscientes de las consecuencias que pueden tener para condicionar el lenguaje que utilizamos.
Merino lo decía con preocupación: "estamos entrando en un momento peligroso; se está produciendo una pérdida del lenguaje escrito articulado en palabras y materializado en papel". Lo relacionaba principalmente con las nuevas generaciones, que utilizan masivamente las nuevas tecnologías, con un riesgo evidente de pobreza expresiva. Y más aún, si en anteriores tiempos escribir era una manera de materializar los pensamientos con amplitud suficiente, ahora el modelo de escritura es el wasap brevísimo, y la lectura consiste también en eso, en observar con rapidez textos muy breves en la pantalla del móvil. Tras ese diagnóstico, no es de extrañar que su conclusión fuera tajante: "lo que sucede con el imperio del móvil puede ser muy dañino".
Me permito ir un poco más allá. Yo creo que el problema no está solo en el empobrecimiento de la expresión escrita o hablada; está también en la simplificación en el pensamiento. Puede ser que se termine pensando como se habla o escribe, o viceversa, que se habla o se escribe como se piensa. Tanto da, si los efectos terminan siendo los mismos. La restricción del wasap, o del twitter, o de cauces similares, conduce a una expresión tajante, puramente afirmativa o negativa, sin mucho matiz, sin consideraciones explicativas que moderen lo expresado. El paso de ahí a la minimización de las ideas es relativamente fácil; se termina por pensar con simpleza lo que se va a expresar con simpleza. De ahí a la radicalidad en la expresión tampoco hay mucha distancia. Incluso es posible un paso más en ese camino, el que supondría trasladar esos efectos a la actitud y al comportamiento. Y sería preocupante que ese itinerario se esté produciendo sin darnos cuenta, con total apariencia de normalidad.