He tardado unos cuantos días en decidirme a escribir sobre lo que está sucediendo en Gaza, en Cisjordania, en Israel. Me parecía, y me parece, un mal sueño, una pesadilla impropia del siglo XXI, un retorno espantoso y trágico a las matanzas indiscriminadas que nos cuentan los cronicones medievales y el propio Antiguo Testamento (muerte de los primogénitos en Egipto, Sansón y los filisteos, destrucción de Jerusalén, rebelión de los Macabeos, etc). No he estado jamás de acuerdo en calificar a nadie como «bueno» o «malo». Coincido con el portugués Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas (ONU) en que las barbaridades cometidas por Hamas a primeros de octubre no son fruto de un instante de ira, sino la atroz culminación de una situación que llevan padeciendo años y años. Pero eso no justifica ni mucho menos los crímenes cometidos ese día, la muerte de inocentes, los secuestros. Las escenas del horror conmovieron a la opinión pública, incluso en algunos países árabes. Todos temimos la reacción de Israel. Y ésta llegó enseguida y de una forma brutal. Un mes después de las salvajadas de Hamas, ya se puede hablar, sin miedo a exagerar, de genocidio en Gaza. Miles de muertos, muchos de ellos mujeres y niños; bombardeo de hospitales; destrucción de viviendas; ciudades convertidas en ruinas inhabitables; carencia de alimentos, agua, energía, combustibles, medicamentos, anestesia; enfermos amontonados y sin poder ser atendidos; ciudadanos atrapados entre los tanques que llegan por el norte de la franja y el paso cerrado de Rafah, única posibilidad de entrar en Egipto… Las imágenes son tan duras que, a veces, es imposible mantener los ojos en la tele. Y Netanyahu anuncia que su venganza no se detendrá hasta acabar con Hamas, cueste las víctimas inocentes que cueste. Nada de alto el fuego, ni de treguas, ni de armisticios, ni de diálogo y negociación. Apoyado por Estados Unidos, no cede. Mientras tanto, miles de gazatíes esperan, desesperados, que les llegue la muerte, desde el aire, desde tierra, desde el mar o desde el hambre. Y el mundo se lamenta, se estremece y llora, pero no pasa de ahí.