Ahora que se preconiza la ciudad compacta, parece que la nuestra avanza hasta sus límites: por el Sur, la urbanización del Peral; al Norte, la ciudad jardín; al Este, Los Santos-Pilarica, y al Oeste, las laderas de Parquesol.
Una vez más, Valladolid debe volverse sobre sí misma, pero no como en ocasiones anteriores, generando indeseables cicatrices. Al tiempo que devienen en agentes agresivos y degradantes del paisaje, envilecen innecesariamente no sólo su trama urbana; inciden también en el perfil de la ciudad y en su skyline ('línea del cielo'), alterando su silueta y la visión, total o parcial, de las estructuras y edificios más sobresalientes. Todos tenemos en nuestra pupila el edificio de calle Regalado con vuelta a la calle Sierpe, con sus medianeras omnipresentes desde la Antigua. Y cómo no mencionar la mole que mira aviesamente a la Catedral; o la Plaza de la Libertad en todos sus alrededores.
En este nuestro tiempo, la imagen de la ciudad cambia sustancialmente de la noche al día, en buena medida debido a los trampantojos que, además de dotar de la necesaria seguridad a los trabajadores, ocultan o camuflan de la vista de viandantes, las obras de mantenimiento de las fachadas.
Se deberían aprovechar más las intervenciones sobre la envolvente térmica de los edificios, -fachadas y medianeras- para realizar un ensayo de regeneración visual de la imagen de la ciudad, con especial incidencia en las segundas. Las medianeras son un capítulo aparte en esta superposición de planos sobre el contorno de la ciudad histórica. Ya en su momento hubo un concurso, creo recordar, sobre las posteriores del edificio de la Plaza del Poniente 3, tras el lienzo de la Plaza Mayor. El resultado me pareció interesante pero, una vez más, murió en el olvido. Esta infame medianera forma parte de un largo etcétera que cada uno tenemos personalizado en nuestros recorridos habituales.
Otras cicatrices se producen en la gestión de los límites de la ciudad histórica. Sirva como ilustración la desembocadura de Cadenas de San Gregorio en Torrecilla, hacia Gondomar. Su autor, Peña Ganchegui, trató de integrar esa ciudad histórica a través de una frontera vegetal, elemento que una vez adquiere su desarrollo necesario, dignifica la percepción del enclave, en su visual lineal al menos, creando un ámbito de remanso.
La evolución de la ciudad histórica, a través de los sucesivos planeamientos que la conforman, ha olvidado un elemento determinante en su imagen: la definición de una línea de alero. Podría pensarse que es incompatible con los necesarios aumentos de aprovechamientos, pero discrepo de este supuesto. Ahí tenemos si no algunos ejemplos como los llamados levantes, en el casco de San Sebastián, que permiten la regeneración del casco urbano de manera controlada.
Nuestro Leopoldo Uría en sus magistrales clases ya nos contaba las virtudes de la ciudad histórica y su desarrollo en calles y plazas como soporte de la actividad ciudadana. Agradezco su reciente, y siempre magistral, charla en el Patio Herreriano. Siempre es un deleite escucharle y una gran alegría seguir disponiendo de su verbo impregnado de tan vasta cultura. Me retrotrajo en el tiempo a sus espléndidas clases en la escuela de arquitectura. Gracias.
Retomando la idea de la ciudad compacta compatible con la necesidad de regeneración del casco histórico, a mi parecer serían necesarias unas intervenciones puntuales. Susceptibles de desarrollo, quizás, al margen de los estrictos corsés del planeamiento y centradas en los alrededores del Palacio Real, zona de los conventos, en particular Catalinas e Isabeles y toda su manzana ocupada en parte por el antiguo frontón y fincas colindantes que forman un oasis de tranquilidad. Continúa pendiente ese necesario desarrollo urbanístico, ¿por qué no decirlo? posibilista, que permita su puesta en el mercado de una forma parecida a como se hizo en el pasaje del voluntariado, por ser una zona imbricada con ésta.
Otras cicatrices o calvas en ese desarrollo de la ciudad histórica nos llevan a:
- Calle Panaderos con calle Dos de Mayo, sus andamios o estabilizadores de la fachada a esta última ya forman parte del retrato del alzado.
- Otra singularidad: Perú 11 con Recoletos 14 y todo su patio de manzana.
- Recoletos 22 y 23.
- Cáritas de José María Lacort.
- Alonso Pesquera 15, junto al edificio Calabaza, en la revisión del PGOU ha hecho posible su desarrollo.
Esta relación abierta de agravios merece su oportunidad para lograr la regeneración de la ciudad histórica a través del mantenimiento de su actividad cotidiana mediante la recuperación del uso residencial. Nada más nos resta que ponernos manos a la obra. Valladolid lo merece.