Hace cinco años la vida se paró de golpe, para muchos por desgracia literalmente. El 13 de marzo de 2020, el presidente del Gobierno compareció públicamente para anunciar que, al día siguiente, el país se encontraría bajo el Estado de Alarma debido a la emergencia sanitaria provocada por la pandemia del coronavirus. Cinco años de uno de los peores periodos que las generaciones actuales hemos vivido.
No podía dejar de hacer una breve referencia a este capítulo de nuestras vidas lleno de incertidumbre máxima, en el que, ante la máxima adversidad, fuimos capaces de activarnos y lograr cosas extraordinarias en muy poco tiempo poniendo lo mejor de cada uno, como ciudadanos y profesionales, al servicio de todos. En ese momento pensé que seríamos capaces de aprender, pero como en su día me dijo el director de Protección Civil, en poco tiempo se nos olvidará.
Hoy, aunque seguimos viviendo sus consecuencias físicas, mentales, económicas y sociales, los tiempos han cambiado y mucho. Estamos inmersos en otras incertidumbres globales, en las que el 'enemigo' no es un virus incontrolado, sino más bien nosotros mismos envueltos en unos movimientos geopolíticos cambiantes, en los que parecemos más bien espectadores, y de los que desconocemos las consecuencias en nuestras vidas.
Cada vez hay más personas que, con cierta tristeza e incluso nostalgia, comparten la sensación de que estamos perdiendo verdaderos referentes. Una de esas personas el otro día en una conversación profesional comentaba «me he dado cuenta de que cuatro de mis mayores referentes tienen más de 75 años, dos de ellos más de 90, y los otros... ¡ya ni están!»
Referentes en los que fijarse por sus aportaciones, libertad de pensamiento, conocimientos, valores y contribuciones a la Humanidad, a los que mirar y en los que inspirarse porque no necesitan levantar la voz ni excluir para ser escuchados, porque el peso y la fuerza de sus palabras, y sobre todo de sus acciones, bastan para prestar atención, reflexionar, aprender y activarse. Como el caso de José Carlos Pastor; al catedrático emérito de Oftalmología de la Universidad de Valladolid y fundador del IOBA, y Jesús Anta; historiador, escritor y activista vecinal, a los que perdíamos el mismo día y de manera unánime se han rendido públicamente muy merecidos homenajes.
La pérdida de referentes se está sintiendo en todo tipo de ámbitos; en el de la cultura, empresa, educación, medios, innovación... y por supuesto en la política.
Si en algo tan sencillo, pero tan revelador, como es la música que escuchamos a diario, muchos jóvenes están dejando de escuchar la de sus coetáneos y están llenando sus listas de Spotify con Los Secretos, U2, The Cure, Mecano, o con música clásica... es decir, están valorando la música de sus padres, imaginemos el impacto de lo que puede estar sucediendo respecto a temas mucho más complejos.
En la era de la inmediatez y de la gratificación instantánea, la era de las pantallas, de la soledad, de la no escucha y del no saber gestionar conflictos personales, la era de las nuevas adicciones, y de otras muchas incertidumbres ¿será que empezamos a echar de menos la calidad y lo mejor ser humano? La calidad de la creatividad, determinación, paciencia, perseverancia, trabajo y acción a corto plazo con la visión a largo. La calidad del conocimiento, de las personas 'que se mojan' y que luchan por mejorar y contribuir con lo mejor de sí mismos en beneficio de todos. Esas personas, esos referentes, no deberían diluirse, desaparecer o ser las excepciones sino que necesitamos impulsar y recuperar una sociedad enriquecida y fortalecida que los vuelva a generar para, ante los desafíos e incertidumbres, no tener que echarles de menos.