Decía Winston Churchill que, ante lo inevitable, lo que ya es y no puede dejar de ser, la mejor actitud era «contentarse con lo sucedido y dar gracias por todo aquello de lo que hemos sido preservados». Es decir: aceptación y gratitud. Atesorar alegrías y no pesares. Santo y seña que me sigue dando mi madre, a sus 98 años, y que ella lleva a rajatabla. Si quieres sacar partido a tus días, interioriza tus debilidades y errores, asúmelos como parte de ti y sigue en paz este viaje que es la vida. Lo repito: atesoremos nuestro júbilo y no deploremos nuestra pesadumbre. La vida es un todo y, lo grato y lo ingrato, van juntos. Nada mejor para una existencia gozosa y plena. Ocurrirán hechos inevitables, surgirán personas que nos hagan daño y se tomarán decisiones en contra de nuestra voluntad e intereses. ¿Y qué? La sabiduría no consiste en despotricar, andar regañando a toda hora, o empeñarse en vencer, caiga quien caiga, sino en seguir adelante de buena gana, a pesar de desencuentros, infortunios y destemplanzas. Lo mismo se puede decir de nuestras metiduras de pata. Lo mejor es verlas positivamente: cuantas más hayamos cometido, más habremos aprendido para afrontar serenamente las sorpresas del camino. De nada sirve, al contrario: malmete y mucho, cultivar el resentimiento y el odio. El pasado es pasado y no podemos estar pendientes de aquellos que nos han hecho mal. No hay vuelta atrás, así que ¡adelante! La mejor respuesta será siempre la sosegada, por más injustamente que nos sintamos tratados. Responder compasivamente, sienta mucho mejor que la venganza. Decía Bernabé Tierno, a quien tantas veces entrevisté y algunos de cuyos libros tuve la suerte de presentar, que «quien camina con las manos tendidas y los brazos abiertos en cualquier lugar encontrará ayuda, calor y consuelo». Y así es, en efecto: no hay bien alguno que nos colme si no lo compartimos. Dar es recibir. Ne gusta eso que proclama el norteamericano Richard Templar de que, algunas personas, parecen haber sido hechas para que les vaya bien en la vida: «caminan sin esfuerzo, dando la sensación de que conocen lo que es adecuado decir o hacer en cada situación. Gustan a todo el mundo y son estupendas para trabajar y para vivir con ellas. Son felices, por lo general, tienen tiempo para todo el mundo y parecen distinguir lo que es importante de lo que no lo es». Saber cuando hay que ofrecer té y simpatía, cuando hay que escuchar y cuando te tienes que marchar, es primordial. Estos últimos días, ante crímenes de todo tipo, en medio del caos, del desastre y de la soberbia, me reafirmaba en que, si fuéramos capaces de aprovechar lo que compartimos y aceptáramos lo que es diferente, en lugar de tratarnos como si fuéramos de distintas especies y hacernos la vida imposible, nos iría bastante mejor, seríamos refugio para nosotros mismos y para los demás y se lo pondríamos más fácil a la vida.