Al expulsar a Nicolás Redondo Terreros -antes echaron a Joaquín Leguina- la actual dirección del Partido Socialista ha dado una prueba inquietante del deslizamiento de esta organización a comportamientos propios de una secta. Un partido en el que solo cuenta la voz del líder, en este caso, Pedro Sánchez. Un político tornadizo que cambia constantemente de opinión y un día dice una cosa y al siguiente la contraria.
Nicolás Redondo mantiene un discurso muy crítico con la línea política que sigue el partido, señala que ha dejado de ser un cuerpo vivo con organismos internos en los que hasta la llegada de Sánchez se ejercía el debate, para pasar a ser una simple correa de transmisión de consignas y argumentos elaborados en La Moncloa. Hace dos meses, en vísperas de las elecciones del 23 J, preguntado por la amnistía, Pedro Sánchez sostenía que no tenía cabida en la Constitución. Nicolás Redondo era de la misma opinión. Pero ahora, para seguir en el poder, Sánchez, en su investidura, necesita los votos del partido del prófugo Carles Puigdemont y muy en su trayectoria de arribista ya está pactando por debajo de la mesa.
Redondo no está solo en la crítica a la actual deriva del PSOE. Felipe González y Alfonso Guerra se han expresado en términos similares sobre la amnistía. Hablando de críticas a la dirección del partido y sobre el papel del debate en el seno de la organización, Felipe González ha señalado que el respeto a las posiciones disidentes es consustancial al funcionamiento democrático. A este respecto ha recordado que, siendo él presidente del Gobierno ,en 1988, Nicolás Redondo Urbieta -secretario general de la UGT, dirigente socialista histórico del PSOE y padre de Nicolás Redondo Terreros- convocó una huelga general. Y a nadie se le pasó por la cabeza que había que expulsarle del partido. Eran otros tiempos.
Joaquín Leguina -expresidente de la Comunidad de Madrid y miembro durante muchos años del Comité Federal del PSOE- ha recordado que en el transcurso de los debates de este máximo órgano dentro del partido era costumbre no aplaudir las intervenciones del secretario general y demás miembros de la dirección. Igualito que ahora. Colocando aquí y allá en puestos clave a personajes de escasa entidad política pero de probada fidelidad a su persona Pedro Sánchez ha convertido en el PSOE en lo que nunca antes había sido: un partido cesarista en el que la única voz que cuenta es la suya. Extrañar al disidente o expulsarle es una manifestación de poder al tiempo que un aviso a navegantes.