A Pedro Sánchez no se le espera de vuelta en ninguna de las localidades de Valencia arrasadas por la riada provocada por la gota fría. Tampoco se le ha visto en Letur, en Albacete, víctima también de la DANA. Sí, hemos visto volver al rey Felipe y a la reina Letizia para mezclarse con los vecinos de las poblaciones a las que no pudieron acudir hace dos semanas. Prometió Don Felipe que volvería y lo ha hecho, encontrando esta vez un ambiente sin la tensión y el dolor de los cientos de personas que en muchos casos lo habían perdido todo: familiares, viviendas y hasta la esperanza de poder sobrevivir al caos generado por la descomunal descarga de agua.
Pedro Sánchez, que huyó de Paiporta escuchando improperios y en medio de la rechifla de los exasperados vecinos de esta ciudad no ha vuelto al lugar de la catástrofe, sabido -así lo ha dejado claro la investigación de la Guardia Civil- que quienes le acosaron llegando a romper la luna de uno de los coches de sus guardaespaldas no eran agitadores de extrema derecha como él había dicho sino vecinos del pueblo desesperados. Así las cosas, y dada su notable impopularidad, se revela nula la posibilidad de que Pedro Sánchez decida volver a visitar las zonas afectadas. Una situación que se transforma en problema político por contraste con el trato y las muestras de cariño que han recibido los reyes -por cierto, acompañados también esta vez por el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón.
Hace unos días desde Madrid, en una de sus alocuciones, Sánchez había pedido a los vecinos de Valencia que aplaudieran la labor de quienes se habían implicado en las labores de rescate a la manera como aconteció durante la pandemia con los médicos, las enfermeras y demás personal sanitario. La respuesta fue otra bien distinta: una cacerolada. Los valencianos que han sobrevivido a la catástrofe, pero han perdido algún familiar, se han quedado sin casa, sin lugar de trabajo o han escuchado que a través del ICO les pueden conceder un crédito que tendrán que devolver, ni estaban para aplausos ni para creerse las promesas de ayuda, tan rápidas de decir como fáciles de olvidar. Tienen memoria, recuerdan lo ocurrido en la isla de La Palma tras la erupción del volcán y desconfían. Desconfían de los planes de reconstrucción rápida que les anuncian los mismos que ni en Valencia ni en Madrid supieron gestionar con solvencia y sin cálculos políticos el caos que trajo la riada.