Desde hace seis navidades tengo una mascota, una gata, se llama Sol y es adoptada. Todavía, cuando la veo holgazanear por el sofá, no puedo evitar recordar la cara de su hermano cuando la elegí. Solo quiero pensar que, al menos, esté tan bien como ella.
Los primeros días en casa los pasó escondida, cabía en cualquier hueco, solo aparecía al escuchar mi voz al volver del trabajo. Le gustaba verme cocinar los fines de semana o al menos merodeaba por la cocina mientras me entregaba al arte culinario. Tiene una no-amiga, Mun, la perrita mascota de mi hija, también adoptada, la más simpática y guapa del barrio -el amor es ciego-. Me he pasado la vida negociando, pero en esta ocasión no he conseguido que se entiendan. Un fracaso más.
Sol, además de llenar toda la vivienda de pelos, destrozar las tapicerías, las alfombras, la ropa, deshacer la cama (su juego favorito) y todo lo que se cruza en su camino, da muchas satisfacciones, como todas las mascotas. Por eso conviven con nosotros, nos humanizan y las queremos. Hay estudios, más o menos científicos, que indican que disminuyen el estrés, mejoran la salud cardiaca, disminuyen la tensión arterial, ayudan a sobrellevar la soledad y mejoran al paciente depresivo.
Le gusta verme escribir a muy primera hora de la mañana, cuando piensa que es suficiente el tiempo que dedico a mi afición de juntaletras me mordisquea los pies con suavidad, pero dejando marca, seguro que es mi culpa. Cuando anochece, cambiamos los papeles, yo paso a ser su mascota. Ese es el pacto.
Aunque no tengo perro, le tuve hace más de 40 años. Era un pointer inglés de caza, el más elegante de la zona, se movía como una bailarina del ballet de la Ópera de París, pero me salió pacifista, luego me contagié. Me gustan los perros, dan alegría a las calles y parques, menos en el Campo Grande donde tienen prohibida la entrada, quizás por eso cada día está más triste, solo le dan vidilla las ardillas. No hablo más de perros, mi gata se pone en modo Otelo.
Todo este rodeo viene a cuento por la promesa que hizo el alcalde, Jesús Julio, sobre hacer de Valladolid una 'ciudad amiga de las mascotas'. Se comprometió, entre otras cosas, a realizar más parques caninos, renovar los existentes y poner en marcha el programa 'Aquí te espero' (especie de guarderías caninas en zonas de especial densidad comercial).
Sé que no es una prioridad, que hay otras muchas necesidades urgentes para los vecinos, que el dinero público es limitado y escaso y que las necesidades sociales deben ocupar el primer lugar en la agenda política de las administraciones, pero hay pequeñas actuaciones en este campo no muy costosas que se podían poner en marcha. Buen ejemplo es Noruega. donde se están instalando casetas para dejar a los perros fuera de las tiendas. Esto se podría realizar en colaboración con los comerciantes y la Cámara de Comercio (la nueva Ley de Bienestar Animal recoge sanciones que oscilan entre 500 y 10.000 euros para los propietarios que las dejen solas en la puerta del comercio). También hay zonas que están pidiendo a gritos nuevos parques caninos, como la del reloj floral de Colon, en ellas existe cierta tensión entre los acompañantes de las mascotas y los propietarios de las viviendas de la zona.
Sol no vota, tampoco podrá disfrutar de esas nuevas instalaciones, pero desde la terraza las miraría con la misma alegría, descaro y postureo que hace con las palomas.