Los Goya trajeron a la estación de Valladolid Campo Grande trenes cargados de artistas, mucho más frío, lluvia -no la suficiente-, demasiada policía, una manifa poco exitosa, convocada por 120 colectivos, los carnavales y mucho vestido rojo sobre alfombra rosa y algún que otro de imposible descripción. Como mis conocimientos sobre alta costura o diseñador de vestuario son fácilmente mejorables, no voy a señalar a nadie no vaya a ser que el ridículo también lo haga yo. De lo que no me voy a privar es de destacar la elegancia, en todo, de Sigourney Weaver, Goya Internacional, merecido desde 1977, cuando debutó en el cine dirigida por Woody Allen en un pequeño papel en la inolvidable 'Annie Hall'.
Desde los primeros compases de la gala, a la familia del Cine se la notaba incómoda y afectada por el 'Síndrome Carlos Vermut' (director y guionista que ha sido acusado, recientemente, de abusos sexuales por tres mujeres). Las principales reivindicaciones, directa o indirectamente, giraron sobre este asunto, convirtiendo el 'se acabó' en el protagonista de la gala.
No obstante y como no cabía esperar otra cosa, conociendo los antecedentes, hubo abundantes recuerdos y reivindicaciones de todo tipo: por la paz en Gaza y Ucrania, por el luto chileno, por la política en Argentina, por la gente que vive sin luz en la Cañada Real (Madrid), por las personas que padecen Alzheimer… Cuatro horas de espectáculo dan para mucho, pero el frío que, entre otras muchas sensaciones, trasmite 'La sociedad de la nieve' de Bayona, que lo ganó todo, se apoderó de la ceremonia en el capítulo reivindicativo y olvidaron a los trabajadores del campo que protestaban en la entrada y que desde hacía cinco días habían mostrado su cabreo por todo el país. Tampoco hubo ningún gesto de solidaridad, silencio, respeto y cariño con los dos guardias civiles asesinados la noche antes en Barbate, en la lucha desigual contra el narcotráfico, nadie recordó la amnistía y, por último, alguien podía haber tenido un gesto de afecto y cercanía por el deseado Museo del Cine en Valladolid.
Imitando a cómo empezaron la gala Los Javis -me gustaron-, la vi en pijama, 230 minutos viendo tele requieren comodidad. Creo que no llegué a 'Cerrar los ojos' como sí hizo la Academia con la película de Víctor Erice, me temo que las '20.000 especies de abejas' de Urresola se quedaron fuera con la gente del campo, a los que se acercó y mostró su solidaridad el director Rodolfo Montero y es muy destacable que, por primera vez, más del 60% de las nominaciones fueran para mujeres. Afortunadamente hoy 'el mundo es otro'.
Se ha hablado mucho, yo el primero, del coste de la gala (alrededor de siete millones) y del impacto que ha dejado (se calcula que sesenta millones). Este último, relacionado directamente con la imagen que se trasladó de la ciudad durante la retrasmisión, no creo que fuese por los cinco segundos, mal contados, que al inicio de la velada se proyectaron de nuestra ciudad (las letras verdes, la Academia, la Antigua y poco más). La magnífica imagen se consiguió por el espléndido auditorio levantado en la Feria de Valladolid. En una noche de premios, creo que es de justicia reconocer que detrás de ese montaje está el presidente del Comité Ejecutivo de la Feria y de la Cámara de Comercio, Víctor Caramanzana, y el director de la Feria, Alberto Alonso, así como sus equipos. Valladolid superó con un 10 el examen, y no debemos olvidar que más de 9 de estos puntos es responsabilidad de este grupo de personas de las que nadie habla, ni recibirán ningún Goya.
De señoritos, ultras, ignorantes, provocadores, ilustradores oscuros y ministros bocazas hablaré otro día.