El 2 de noviembre de 2023, publiqué, en estas mismas páginas, el artículo 'Política y salud mental', en el cual comentaba dos proyectos de textos legislativos sobre esta materia que, con el adelanto electoral, se habían quedado en el desván del Congreso. También analizaba las propuestas que recogían los programas electorales de los principales partidos para las elecciones generales del 23 de julio de aquel año, en las que todos, de una u otra forma, apostaban por mejorar los cuidados en salud mental y la asistencia psiquiátrica.
Me pareció muy positivo que esta cuestión ocupase una de las primeras páginas de las agendas políticas y recomendaba que podía ser un buen momento para sacar a la política del hospital psiquiátrico, donde la habían ingresado entre todos, y ponerla en un buen diván una temporada. A la luz de los acontecimientos, me ha quedado claro que o no han encontrado las llaves del manicomio, o no han elegido bien al terapeuta, o el diván es de saldo, o no me leyó nadie o, simplemente, no me han hecho ningún caso. Apuesto por los dos últimos.
Ha pasado más de un año y la situación, en el mejor de los casos, es similar y en algunos aspectos, especialmente entre los jóvenes, ha empeorado. El consumo de psicofármacos (antidepresivos y ansiolíticos) continúa incrementándose. Somos el país de la UE en el que más se consumen estas sustancias (18 veces más que en Alemania). El 48% de la población general duerme mal, según la Sociedad Española de Neurología, y muchos buscan refugio en las benzodiacepinas para paliarlo. Cada dos horas se produce un suicidio consumado, lo que supone, según los expertos, alrededor de 200 tentativas al día. Los trastornos de la conducta alimentaria continúan aumentando y la soledad no deseada se está abriendo un oscuro hueco en la vida de nuestros adolescentes. Las adicciones al juego al llevar en los móviles un casino en el bolsillo se multiplican y las bajas laborales por enfermedad mental se han incrementado un 66% con respecto al año anterior. El 34% de los españoles sufre algún tipo de trastorno psiquiátrico y el Sistema Nacional de Salud (SNS) no es capaz de dar una respuesta adecuada. Frente a esta situación se tiende a medicalizar el creciente malestar emocional o cualquier otro problema social, buscando respuestas rápidas, sencillas y baratas a cuestiones complejas. El eslogan podría ser 'ponga un fármaco en su vida y será feliz'.
Las causas del incremento de estas patologías son múltiples: el malestar asociado a la pandemia de la covid y sus consecuencias, el déficit endémico de psiquiatras y psicólogos clínicos, las dificultades laborales y sociales de nuestros jóvenes, la presión intervencionista de la industria farmacéutica, la facilidad con la que se prescriben psicofármacos desde la adolescencia. La lista es interminable.
El 21 de diciembre de 2023, apenas iniciada la legislatura, el Grupo Mixto (Podemos) registró en el Congreso de los Diputados una proposición de Ley General de Salud Mental, que fue admitida a trámite el 9 de enero de 2024. El texto legislativo, además de estar cargado de buenas intenciones y derechos de todo tipo sin concretar, establece la creación del Centro Estatal de Salud Mental, la Estrategia Española y la Defensoría de las personas con este tipo de problemas. Asimismo, garantiza que el SNS cuente con un mínimo de 18 psiquiatras, 18 psicólogos y 23 enfermeros especialistas por cada 100.000 habitantes, que deberán alcanzarse progresivamente en el plazo de cuatro años desde la entrada en vigor de la ley. Como las cosas de palacio acostumbran a ir despacio, hace más de un año que se presentó el proyecto y todavía no se ha iniciado la tramitación. Ya se sabe que el arte no admite prisas.
La ministra de Sanidad, Mónica García, a quien le gustan demasiado los focos y la notoriedad, y tiene imán para meterse en todos los charcos y apetencia para lo que considera que es 'guay' (excepto para el asunto de su compañero Errejón), creó la figura del comisionado para la salud mental, de la que poco se sabe. Meses después, de forma un tanto frívola, filtró un documento al que denominó Plan de Acción en Salud Mental 2025-2027, del que tampoco se ha vuelto a saber nada. Lo que sí se supo pronto fue que era pura promoción y propaganda ya que las comunidades autónomas desconocían el plan, siendo éstas las responsables de la gestión.
El 30 de mayo se iniciaron los trabajos de una subcomisión de salud mental en el Congreso de los Diputados a propuesta del PP. Según está el parlamento, no esperen nada de ella. En el Senado, para no ser menos, el 19 de junio se constituyó una ponencia sobre salud nental y prevención del suicidio y, por último, y para no quedar rezagado, recientemente el Ministerio de Sanidad ha anunciado un Plan Nacional de Prevención del Suicidio. En resumen, no se ha hecho nada de lo prometido. Luego se sorprenden del desprestigio de la política y la desafección ciudadana.
Con este panorama, he decidido ir en busca del enfermo 16 de Ciempozuelos para comprar suerte en doña Manolita y sacar juntos a bailar a la Cibeles a la sombra de un león de las Cortes, con permiso de J. Sabina. Es lo más cuerdo que se me ocurre en estos tiempos.