La frase más repetida por los líderes del Partido Popular es que «existe una alternativa al sanchismo» y que «el PP es un partido de Estado». (Esta última hago por entenderla y sigo sin conseguirlo). No hay intervención en la que no se repita esta monserga, que lo único que evoca es esta otra: «dime de qué presumes y te diré de qué careces». El PP es un partido sin proyecto a largo plazo y esa es la principal razón por la que Pedro Sánchez ha podido gobernar un sexenio entero, sumiendo al país en una deriva iliberal. Para poder articular una estrategia a largo plazo, lo principal es definir el problema y hacerlo sin miedo: nuestra Constitución, que acaba de cumplir 46, está amortizada; nuestro sistema político no ha podido contener a un líder, tan iliberal como Viktor Orban o Donald Trump, dispuesto a todo con tal de mantenerse en poder. El Partido Popular debería proponer a la nación en su conjunto (y abogar porque la nación entera lo apoye) una nueva Carta Magna.
El sexenio iliberal de Sánchez ha hecho patente dónde se encuentran las grietas del sistema político actual: primero, la fragmentación territorial, que permite que con los votos de una parte de España se gobierne España entera; y segundo, la inefectividad de los contrapoderes actuales, que se han mostrado totalmente subyugados al poder ejecutivo. Estos sólo pueden resolverse con una reforma del sistema territorial para dar paso a un Estado federal igualitario. Frente al arbitrario federalismo asimétrico que en su día propuso el socialismo connivente con el nacionalismo, la derecha liberal debería mirarse en el sistema americano y apostar la división de España en 17 estados federales con idénticas competencias (recogidas en la Constitución), y un Gobierno central con poderes intransferibles (acabando de una vez por todas con el mercadeo de competencias).
A colación viene la imprescindible reforma del sistema electoral y de representación para convertir el Congreso de los Diputados en una auténtica cámara de representación nacional, requiriendo un mínimo porcentaje de voto en todo el territorio para poder acceder al escaño; y el Senado en una cámara territorial con derecho a veto. El obsceno espectáculo decimonónico que sobrerrepresenta a los territorios históricos en la Cámara Baja ha llevado a una cantonalización de España y ha sido la matriz del iliberalismo sanchista. A su vez, la pasividad desquiciante del Senado y el desprecio increíble que le profesa el Ejecutivo han hecho patentes una falla en el sistema legislativo. La reforma de las cámaras, facilitaría además la resolución del segundo problema del que adolece nuestra democracia, pues un poder legislativo eficaz y auténticamente representativo del pueblo es la base de un sistema fuerte de contrapoderes. El poder fáctico del parlamento debe residir en su capacidad de controlar al ejecutivo impidiéndole ejercer como poder omnímodo y en el último sexenio hemos sido testigos de cómo el Congreso se convertía en una auténtica terminal de la Moncloa.
Entiendo que en el PP nadie quiera hablar de estos temas por miedo, por complicación, o peor, por complacencia con el sistema. El argumentario popular pasa porque la Constitución del 78 es la solución a todos los problemas, pero recordemos que nuestros constitucionalistas no podían saber que en la posmodernidad del siglo XXI las democracias las amenazarían no los militares golpistas, sino los falsos demócratas, los que se valen de las instituciones y de las lagunas legales para amoldar el sistema a sus ambiciones. Los populares yerran profundamente si creen que Sánchez será un paréntesis ominoso en la historia de la democracia española. Sánchez ha roto la baraja y la partida no puede continuar como si nada. El PP debe ser valiente y verse cara a cara con esa terrible realidad.
Si esta propuesta les llegara, los populares seguramente se excusarían diciendo que no hay consenso para una reforma constitucional, y menos aún con este PSOE. Les contesto: desde hace mucho tiempo en la política española se espera a que haya un consenso sobre una idea para proponerla, en vez de proponer una idea y seducir con ella a propios y ajenos para recabar un gran consenso. Es otra forma de hacer política, pero, claro, requiere de que exista previamente una idea y de que quienes la propusieron tengan confianza en que es la mejor. Si eso fuera mucho pedir… ¿para qué sirven los políticos?, me pregunto.
#TalentosEmergentes