En el pico de la primera ola de calor de este verano que, como siempre, convirtió a Valladolid en una ciudad confinada, aunque en esta ocasión plagada de conejos urbanitas -en aquellos días llegué a ver dos en el minijardín de la Plaza de España- leí, en los medios de comunicación locales, con interés y satisfacción, que la Junta de Castilla y León y el Ayuntamiento van a desarrollar en los próximos doce meses una inversión de más de un millón de euros para realizar ciertas reformas y frenar la degradación en algunas zonas del Pinar de Antequera. Se trata de recuperar la Cañada Real como vía verde, reordenar y reducir los aparcamientos en las instalaciones de FASA-Renault, realizar labores de reforestación, construir un pequeño circuito adaptado para personas con movilidad reducida…
Tengo especial cariño a este bosque urbano y a su zona residencial, ya que mis primeros veraneos infantiles comenzaban cuando mis padres me dejaban allí, a traición, en casa de los abuelos maternos. Si no me falla la memoria, como a Joe Biden, mis progenitores al depositarme se quedaban más a gusto que los demócratas con la renuncia de este último.
Mis vacaciones estivales de entonces están asociadas a tamujas, arenales, calor, siesta, bici, piscina, lagartijas, ranas, cigarras, tirachinas, Tour y muchos primos. Los adultos de la familia nos comentaban que era un lugar ideal para pasar esa época ya que gozaba de un microclima que facilitaba llevar mejor la calorina estival. A ellos les debía sentar mal esta circunstancia, ya que estaban una tarde y se iban. Yo tuve mala suerte porque nunca lo disfruté, aquello era una especie de ola de calor permanente. Sencillamente, era la canícula de toda la vida en zona de pinares y no necesitábamos que Roberto Brasero nos asustase con lo que vendría al día siguiente. Ya lo sabíamos y nos preocupaba entre poco y nada. A esa edad ni el calor ni nada te impide ser feliz.
La reformar se va a abordar con Fondos de Recuperación Next Generation, aquellos que puso en marcha la Unión Europea para reactivar las economías de sus estados miembros frente a las consecuencias de la pandemia del Covid-19. Con este dinero se han realizado en nuestro municipio algunos disparates. Un buen ejemplo fue incorporar, en el marco del Plan de acción de la Agenda Urbana de Valladolid 2030 aprobado en julio de 2022, la reforma de los aseos de la Casa Consistorial. Un desatino, similar a algunas actuaciones del proyecto 'Urban Green Up', también financiado con fondos europeos, como las macetas gigantes, que tenían como objetivo la renaturalización urbana del centro de la ciudad, los jardines verticales del antiguo Corte Inglés de la calle Constitución o los jardines colgantes de la calle Santa María, que pretendían hacer menos duro el paisaje urbano y reverdecer la ciudad. Les animo a visitarlos, no cobran entrada, pero lleven casco. Esperemos que nunca ocurra una desgracia.
Reconozco que, aunque nunca me gustó, la idea puede ser buena y en otras ciudades está funcionando, pero la realidad es que el resultado en Valladolid, hasta ahora, ha sido un desastre. Como todo indica que no se van a suprimir ni vender en Wallapop, animo al actual equipo de gobierno a mejorar su mantenimiento, adecentarlo y vigilar la seguridad. O si lo prefieren, crear 'la ruta del secarral'. Ellos sabrán.