Hace unos días celebramos un grupo de compañeros y compañeras de entonces los cincuenta años de nuestra promoción en la Facultad de Derecho de Valladolid. Era el año 1974 cuando poníamos fin a los estudios de la Licenciatura en Derecho y cada uno de nosotros iniciaba su aventura profesional. Hoy todos estamos en edad de jubilación, aunque algunos sigan desarrollando su actividad. Otros, desgraciadamente, se fueron quedando por el camino.
Cincuenta años es un tramo de tiempo bien considerable y una buena ocasión para echar la vista atrás y comprobar que casi todo ha cambiado. El distrito universitario de Valladolid abarcaba entonces las provincias de Palencia, Burgos, Santander y el País Vasco. Y no es que los avances informáticos no estuvieran ni de lejos en la mente de nadie; es que no se había inventado aún la fotocopiadora y cada vez que alguien quería reproducir unos apuntes que necesitaba, debía copiarlos a mano. Pero más importante aún, en aquella promoción la presencia femenina no pasaba del 20%, y hoy son mayoría en muchas titulaciones. Bastaría comparar imágenes de los mismos lugares entonces y ahora, comparar costumbres y modos de vida o de comportamiento social, para percibir la tremenda distancia que supone ese periodo de tiempo.
Y así ha sido, efectivamente. Esa generación a la que pertenecemos aquellos estudiantes universitarios de entonces ha sido testigo, como pocas, de cambios muy profundos en nuestra historia personal y colectiva. En 1974 se intuía con claridad que sería inevitable en España, a corto plazo, un tránsito político como el que no tardó en tener lugar. Y, con él, un cambio económico, social, cultural, y de todo tipo, que hoy quizá no sea ya tan valorado simplemente porque está normalizado.
Mirando hacia atrás, nos sentimos globalmente satisfechos sabiendo de dónde veníamos, cómo fue la vida de nuestros padres, y dónde estamos nosotros. Mirando hacia adelante, nos sentimos más bien preocupados por el mundo que va quedando, no ya tanto para nuestros hijos, principalmente para nuestros nietos. Esta es la sensación compartida. Pero, de momento, alegrémonos de haber llegado hasta aquí. Y de poder contarlo.