Alfonso Goizueta

Alfonso Goizueta

@alfonsogoizueta

Doctor en Relaciones Internacionales y finalista del Premio Planeta 2023


75 años de la República Popular de China

29/10/2024

Han pasado tres cuartos de siglo desde el fin de la Guerra Civil china. En otoño de 1949, el bando de Mao Zedong implantó una república comunista tras vencer definitivamente a los nacionalistas de Chang Kai-shek, que huyeron a la isla de Taiwán. Mao fundó uno de los regímenes más sangrientos de la historia, rivalizando incluso con el de la Unión Soviética. Durante su mandato, alrededor de 50 millones de chinos murieron en la que fue la mayor hambruna provocada de la historia –el llamado Gran Salto Adelante de 1958, una desastrosa política de reforma agraria e industrial–, eso sin contar la purga de millones de disidentes políticos en la Revolución Cultural. Tras su muerte en 1976, China avanzó hacia la integración en el concierto económico mundial, despertando esperanzas en los occidentales de que la presión del mercado capitalista lograra que el régimen comunista diera paso a la democracia. Pero aún en 2024, y tras haberse convertido en una superpotencia militar, tecnológica y económica, China se yergue como la principal amenaza al orden liberal y a la paz mundial. 
75 años después, el presidente chino Xi Jinping cree que la victoria en la guerra civil está incompleta y que la república popular aún tiene asuntos pendientes. El motivo reside en la existencia de un régimen liberal y pro-occidental en las inmediaciones del territorio chino. Se trata de Taiwán, a apenas 130 kilómetros de la costa, donde el régimen heredero de los nacionalistas de Chang Kai-shek continúa denominándose «República de China» y reivindicándose como la única China frente al régimen continental.
Pekín ve en Taiwán un recuerdo del llamado «siglo de la humillación»: este corresponde al período entre 1839 y 1949 en el que los occidentales impusieron sobre la orgullosa China imperial una serie de tratados desiguales que prácticamente la convirtieron en una colonia informal. Aunque sendas revueltas nacionalistas contra el poder occidental (y japonés) lograron la liberación de China a mediados del siglo XX, Xi Jinping considera que los occidentales todavía depredan a China como en el siglo XIX y que Taiwán es el ejemplo. Conquistarla es fundamental, cree Xi, para expulsar a los occidentales y sus aliados del Asia-Pacífico y asegurar así la supervivencia del régimen comunista.
Su política de los últimos años deja entrever que la reunificación, es decir, la invasión de la isla, es su siguiente objetivo. En 2020, Xi aplastó violentamente las protestas democráticas de Hong Kong y acabó con los derechos autónomos de aquella ciudad. Fue una advertencia a Occidente de que Pekín no consentiría el triunfo de un sistema político no-comunista en la vecindad de su territorio. Xi también ha llevado a cabo una política expansionista en el Mar de la China Meridional, donde las escaramuzas entre la marina de guerra china y los guardacostas filipinos y vietnamitas son cada vez más frecuentes. Dado que una invasión de Taiwán muy probablemente desate un conflicto con Occidente, controlar el mar por donde transita todo el comercio chino, japonés y taiwanés camino del Océano Índico, y luego de Europa, daría a Pekín la posibilidad de atacar las economías occidentales así como asfixiar a Taiwán e impedir que reciba ayuda.
Es cierto, como dicen muchos estudiosos de las relaciones internacionales, que la reunificación supondría, además de una guerra con Estados Unidos, una crisis económica sin precedentes y que a China no le interesa ese escenario. Además, el valor de Taiwán reside en su poderosa industria de microchips avanzados: difícilmente las fábricas y laboratorios sobrevivirían un ataque militar. La victoria pues sería pírrica. Y aún siendo todo esto verdad, debemos considerar que lo que mueve a Xi Jinping a la reunificación no es una ambición económica sino nacionalista y revanchista. Está decidido a convertirse en el presidente más importante desde Mao y eso pasa por solventar la herida histórica que la República Popular arrastra desde su fundación. Consideraciones realistas sobre el daño económico y la posibilidad de un enfrentamiento con Occidente no lo disuadirán de un objetivo que se vislumbra histórico. 


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