Desde la Transición, los partidos políticos trataron de introducir a sus afines en cargos públicos o empresas estatales, pero se llevaba a cabo con cierto recato, con una adecuada exigencia de preparación intelectual y profesional. Huyendo del escándalo que supondría nombrar a un daltónico como encargado de la compra de cuadros para los museos estatales, o a un sordo como responsable de la Orquesta Nacional de España.
Sin embargo, con la aparición de un partido político -Podemos- que reclamaba "transparencia", llegó la transparencia hasta tal punto que ya no había velos en quienes se hacían cargo de algunas carteras ministeriales, sino que presentaban su desnudez intelectual y su ausencia de pericia, con una falta de decoro que a algunos nos dejó sorprendidos. Por poco tiempo. El sectarismo en los nombramientos alcanzó tan pertinaz costumbre, que se convirtió en algo cotidiano.
La transparencia en otros asuntos de Gobierno, en cambio, se llenó de oscuridad, y los viajes en el Falcon a República Dominicana, o el ataque de mutismo a que las tropas de Marruecos realicen maniobras militares, frente a las Costas de Canarias, parecen pertenecer al arcano de los servicios secretos.
Recuerdo el decoro de los presidentes del Congreso de los Diputados, en el ejercicio de su cometido, tanto los del PP, como los del PSOE, o el cuidado con que el gobierno de turno elegía a quienes iban destinados a empresas públicas, que no son propiedad del partido que gobierna, sino de todos los españoles. Eso ya es cosa del pasado. Eso no debe ser progresista. Aquí, el mérito no es la experiencia, el prestigio profesional, o la preparación académica, sino el grado de obediencia y sectarismo del nombrado. Lo más curiosos es que personas de mérito son capaces de las decisiones más embarradas para conservar su cargo, siendo el ejemplo más fehaciente el ministro de Interior, que ese sí que ha dejado que el polvo del camino político le llene la toga hasta tal punto que parece inservible.
Pero se inicia una moda nueva: la de anunciar el servilismo previamente, como ha hecho la nueva presidente de TVE, mostrando con orgullo su militancia socialista. Su historial académico y profesional no es malo, pero ahora lo sectario parece que es una virtud de la que conviene presumir.