Luis del Val

LA COLUMNA

Luis del Val

Periodista y escritor


Ni desfiles, ni maniobras

09/11/2024

Quienes hemos hecho el Servicio Militar, con nuestros ojos de civiles ofendidos, no entendíamos el ritual de las formaciones, los desfiles, ni, mucho menos, las maniobras. Si no hay ningún enemigo, ¿por qué nos tenemos que arrastrar por el suelo para evitar los disparos de alguien que no existe?

Al cabo de tres meses, te ibas enterando de que la liturgia de las formaciones y marchar desfilando eran un método práctico para aprender la asignatura esencial en cualquier ejército: la disciplina. Y que las prácticas de tiro y las maniobras son el equivalente al entrenamiento para cualquier deportista. ¿Se imaginan a un equipo de fútbol que no entrenara, y sólo trabajaran el día del partido?

Por eso, los militares, los bomberos, los guardias civiles, los policías, no se quedan sorprendidos ante una catástrofe, porque están entrenados para lo peor: el fuego, el agua, el temblor de la tierra o el viento huracanado. Lo malo es que sus jefes, los políticos, no están entrenados para eso, y se sorprenden mucho. Los políticos están acostumbrados -y se entrenan- para las campañas electorales, los mítines, los discursos, la propaganda y la publicidad.

Contratan asesores que les entrenen y enseñen sobre dialéctica, y tienen jefes de Prensa que les ayudan a navegar por las aguas de la canallesca, sobre todo si la canallesca no está entre los corifeos del partido. Pero no están preparados para una riada, para un funeral, y mucho menos para las vísperas de más de doscientos funerales. Ahí es donde aparecen desnudos, y se distingue el blandengue, del osado; el cobarde del valiente, el irresponsable del digno, y el aturullado del inteligente.

Y ya hemos visto y contemplado el resultado. No hace falta que nos lo expliquen: lo hemos visto.

Por favor, no se esfuercen inútilmente en explicarnos la película que hemos visto. Sabemos leer y escribir. Tenemos familia. Y, desde el dolor que nos imaginamos sobre el dolor de alguien que ha perdido a un hijo, a un marido, a una hermana o a una esposa, no ofendan nuestros sentimientos y nuestras inteligencias. Y no nos insulten porque van a protagonizar un ridículo vergonzoso.