Editorial

El incierto futuro de una Venezuela en la encrucijada

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Venezuela vivirá hoy uno de los episodios más inciertos de su historia. La toma de posesión del nuevo presidente electo tiene visos de convertirse en una farsa si finalmente Nicolás Maduro, autoproclamado vencedor de las elecciones del pasado 28 de julio, se convierte de nuevo en el inquilino del palacio de Miraflores. El mundo mira a Caracas con incertidumbre tras ver cómo el sucesor de Hugo Chávez ha decidido armar a sus afines tras una aprobación hasta la fecha inédita de los denominados grupos de defensa. La tensión es enorme. El opositor Edmundo González Urrutia, al que las principales instituciones del planeta y una decena de países le otorgaron una amplia victoria de acuerdo con las actas electorales recopiladas, ha insistido en que hoy llegará a Venezuela para erigirse también en presidente.

Nadie sabe lo que puede ocurrir hoy, aunque el chavismo ha dado una vuelta de tuerca más esta semana a su política de represión e intimidación con el objetivo de blindar la toma de posesión de Maduro. La Policía y las Fuerzas Armadas ya han detenido a más de 130 personas y centenares de milicianos, así como buena parte de la población civil que respalda al mandatario, están armados. Los partidarios de Edmundo González tampoco tienen intención de dar un paso atrás, alentados por las palabras de su líder que instaba a la ciudadanía a "luchar hasta el final" para hacer respetar la voluntad de la mayoría del pueblo venezolano. La oposición, que ayer llevó a cabo multitudinarias concentraciones en todo el mundo, no quiere dejar pasar la oportunidad de reivindicar, una vez más, la libertad y tratar de que la comunidad internacional termine por dar una respuesta contundente si el dictador vuelve a alzarse con el poder. Pero eso parece una quimera. La Unión Europea no se ha posicionado de forma unánime y se ha limitado a aprobar una nueva ronda de sanciones contra el chavismo, mientras que, por ejemplo, el Gobierno español -dejemos a un lado las controvertidas gestiones de José Luis Rodríguez Zapatero- ha evitado reconocer a González como presidente electo.

La historia se repite. Maduro heredó en 2013, tras la muerte de Hugo Chávez, el cargo y también una legitimidad que aguantó en las elecciones de ese mismo año, con una victoria pírrica ante el opositor Henrique Capriles. Ya en 2018, cuando Venezuela sufría una inhumana represión, volvió a autoproclamarse vencedor, aunque la mayoría de los países coincidían en que había sido barrido en las urnas. Hoy, con una oposición inexistente en las instituciones y con más de dos millares de sus miembros detenidos desde que se celebraran los comicios de julio, quiere continuar con el fraude y la ignominia pese a que ello suponga un baño de sangre.