Está inmersa en la celebración de la 24 edición del festival de Cinhomo. El evento cumple 25 años, pero la covid-19 provocó que no se pudiera celebrar la edición de 2020. Esta es una propuesta consolidada, donde se proyectarán varias películas que denuncian la «profunda regresión de derechos» en países miembros de la Unión Europea, como Hungría.
Un cuarto de siglo es tiempo suficiente para hacer un balance.
Sí, la verdad es que hubiéramos celebrado este año el 25 aniversario, pero la pandemia nos obligó a suspender esa edición. Poco a poco nos hemos afianzado en el panorama cinematográfico vallisoletano.
Pero, ¿ya está muy consolidado?
Somos el único festival de cine Lgtbiq+ de Castilla y León. No hay nada similar en otras provincias. De hecho, hay muy pocas propuestas de cultura queer o Lgtbi+. Además, es muy importante ser una referencia en una ciudad con muchísima tradición de cine. Tenemos la Seminci, la Film Commission de Valladolid, que va a cumplir una década, y el reconocimiento de la Unesco. Y contribuir a tener esta posibilidad de exhibir el cine Lgtbi+ nos parece muy importante.
También está consolidada socialmente. ¿En los principios no fue así?
En esta edición, en la gala de inauguración realizamos un homenaje a Mateo, un compañero que falleció hace un par de meses. Él fue una de las personas que lo puso en marcha en el año 2000. Al principio, fue un poco el reflejo del que surgió en Madrid, el primero que Fundación Triángulo puso en marcha, un par de años antes que el de Valladolid.
Aquí, refrendamos que el cine es un maravilloso medio de difusión, para visibilizar a las personas Lgbti. En esos momentos, además, no había prácticamente canales de difusión de este tipo de oferta y cogimos ese testigo en Castilla y León. Lo llamamos Cinhomo, y en esos inicios con el único capital económico con que se contaba era con el apoyo de bares y establecimientos que nos apoyaron. Eso se mantiene, pero ahora con el respaldo de las instituciones. Entonces, no se recibía dinero público y todo era a base de colaboraciones o de fiestas para recaudar dinero, donde actuaron el Bicho, Amparanoya o Luis Pastor.
A nivel legislativo la situación tampoco era como ahora. ¿Temen un retroceso?
Sí, sí. En ese momento, no había absolutamente ninguna legislación que garantizase nuestros derechos. Era una cuestión social, del empuje de las organizaciones que luchaban con manifestaciones como las del orgullo o de reivindicaciones sociopolíticas. Este festival era una ventana dentro de ese vacío porque no había tanto apoyo social como ahora.
Además, un punto de inflexión muy importante fue la aprobación, en 2005, de la Ley de Matrimonio Igualitario. Ahí vimos que la sociedad estaba sensibilizada y a favor de la defensa de los derechos Lgtbi. En estos años hemos visto muchísimos avances, sobre todo a nivel legislativo, ya que también se aprobó ley integral Lgtbi, la llamada 'ley trans'.
Una regulación que también se ha extendido a muchas comunidades autónomas.
Somos los únicos que no la tenemos, junto al Principado de Asturias, aunque ellos llevan varios años con la tramitación. No la tenemos y no hay intención de hacerla. Hemos vistos muchos avances pero, en los último años, estamos viendo que se pueden tambalear, que se puede caer ese castillo de naipes que se había elevado poco a poco con esas piezas de legislación, de valoración social, de empuje político... Se había conseguido que la diversidad sexual y de género se viera como una realidad más con la que convivir. En los últimos tres años hay discursos de partidos políticos que pretenden hacer de las personas Lgtbi las piedras para tirar en el tejado de otros.
¿Sienten que les utilizan como piedra arrojadiza? ¿Esto fomenta el discursos del odio?
Claro, efectivamente. De hecho, es que no hay ningún problema con temas de diversidad sexual y de género en nuestro país. No hay ninguno, excepto cuando se alientan esos discursos de odio que hacen pues que haya agresiones Lgtbifóbicas, no solo físicas, sino a través de redes sociales. Los niños y niñas, en el colegio, están sufriendo bullying homofóbico. Y no digo nada de los trans, donde sus familias tienen muy difícil que las autoridades educativas asuman la realidad y les ayuden en esa evolución como personas. Al final, cuando dicen lo que sienten es que están desarrollando su personalidad y deberían de acompañarles, no solo sus padres, sino también la comunidad educativa.
Esos repuntes de actitudes retrogradas, cuando creíamos que esos derechos estaban absolutamente afianzados, hacen que un festival como el nuestro, que pensábamos que iba a convertirse en una propuesta cultural más, sea necesario. Se ha evolucionado socialmente, pero por desgracia todavía tememos que llevar la bandera de la diversidad a través del cine a toda la sociedad. Y también a los grupos políticos, que son el reflejo de esa sociedad y los que tienen que impulsar normativas que ayuden a las personas Lgtbi.
Hablaba del discurso anti Lgtbi. En la ciudad, hace unos meses hubo agresiones, aunque las autoridades hablan de una ciudad integradora. ¿Fueron hechos puntuales o sí que ha cambiado la sensibilidad?
Por desgracia, los hechos nos hacen pensar que hay un repunte, del que desconocemos la causa, pero que no puede ser casual. En los últimos seis meses se ha registrado una agresión al mes, algunas difundidas en prensa, y otras que conocemos solo nosotros. Se acumulan hechos que apuntan a que no es casual.
Creo que no solo es contra las personas Lgtbi, sino que otras diferentes, por su raza o por ser mujer. Hemos manifestado esa preocupación tanto la Policía, que tiene unidades de intervención y de investigación de delitos de odio, como al Ayuntamiento de Valladolid.
¿Qué les dicen?
Que ellos también están preocupados. Aunque el Ayuntamiento no salga inmediatamente públicamente diciendo que está en contra de una agresión homófoba. Lo que vemos es que se condenan situaciones como las de la estampita de Nochevieja y no el que a una chavala le hayan partido la mandíbula de un puñetazo al grito de lesbiana. Bueno, es raro, ¿no? Es raro.
El Gobierno ha presentado su estrategia Lgtbi+ que incide en la elaboración de hojas de ruta para concienciar y fomentar la sensibilización. ¿Ve factible que se aplique en todos los territorios?
Es positivo que se esté trabajando en una estrategia que incluye muchísimos puntos de la ley estatal. Es necesario un desarrollo legislativo para poder aplicarla y, además, muchos de los temas que toca son de ámbito competencial de las comunidades autónomas. Entre esas áreas está la educación, la sanidad, la cultura y una parte de la seguridad ciudadana, que recae en los ayuntamientos.
El Estado puede poner un marco mínimo de cumplimiento, pero son las comunidades y los ayuntamientos los que tienen que desarrollarlo. Y no solo eso, deben implementarlo con presupuestos. El problema es que la desarrolla un gobierno de un determinado color político, y en muchísimas comunidades hay gobiernos de otro color. Gobiernos que hasta hace poco estaban sensibilizados con los temas Lgtbi.
La paradoja es que ese mismo partido, que pensaba que había que hacer eso porque los ciudadanos Lgtbi merecían esa legislación y la necesitaban para garantizar sus derechos, ahora tiene un contrapunto político que les está haciendo repensarlo. Deberían de implementar las medidas necesarias, incluso aunque no exístese esa legislación o esa estrategia nacional.
Esa estrategia incluye un punto espinoso, que es la lucha contra las terapias de conversión. ¿Debe existir una regulación penal?
Muchas de esas terapias llamadas de conversión, que se camuflan con otros nombres, como de conocimiento personal, en muchos casos suponen coacciones. Hay muchas personas que van libremente, en su mayoría de edad, y luego se encuentran con lo que se encuentren, pero hay gente joven, que todavía no tiene la mayoría de edad, que a lo mejor va obligada por sus padres.
Al final van a unos espacios donde se les cuestiona absolutamente, donde se les dice que lo que están haciendo está mal o va contra la religión o contra la moral. Al final son actitudes coactivas, sistemas de presión y de represión contra lo que uno siente.
Hemos hablado de los discursos negacionistas, pero ¿cuánto daño ha hecho que el movimiento feminista cuestione la ley trans?
No ayuda que una parte del movimiento feminista cuestione que una mujer trans diga que es mujer. Se olvidan de que ha tenido un proceso y, además, ahora tiene un reconocimiento legal. Esa persona se identificaba a sí misma como mujer, ha hecho un proceso legal, hormonal y personal de asumir su propia realidad y, además, eso tiene un reflejo en su DNI. Eso no le quita a nadie el hecho de que sea mujer, porque además estamos hablando de unos porcentajes irrisorios.
El año pasado hubo unas 5.000 personas que hicieron el cambio de sexo registral frente a 25 millones de mujeres que hay en España. Y encima de esas 5.000 peticiones no todas eran de mujeres trans, hay hombres también. Hay personas que han nacido con un sexo biológico de mujer y su evolución vital es que se sienten hombres, y esas personas también están dentro de esas cifras.
Eso no me borra como persona, como mujer, ni me quita derechos. No tiene ningún sentido. Es una construcción teórica que han hecho una serie de feministas, llamémoslas clásicas, que están intentando afianzarse para cuestionar la realidad de otras personas. Además, el movimiento feminista por lo que siempre se ha dignificado es por la lucha por la igualdad de las personas y los derechos. Y ahora hay un colectivo minúsculo contra el que queremos tirar piedras, cuando tenemos un problemón que se llama violencia de género por el que mueren muchas mujeres al año asesinadas. En eso sí que tenemos que poner el foco, no en quitar o restringir derechos a un grupo muy pequeño.
Este año se cumplen 20 años de la aprobación del matrimonio gay. ¿Por qué la sociedad asume unos cambios y otros no?
A lo mejor, en su momento, fue un choque por llamarlo matrimonio, por usar esa misma denominación. Un choque que no fue exclusivo con la Iglesia porque hay sectores que se apropian de las palabras, cuando son de todos. El hecho de llamarlo matrimonio no resta importancia al matrimonio eclesiástico porque el matrimonio civil existe en nuestro país desde hace muchísimo tiempo. Esa palabra se tomó como ariete para intentar denostar lo que era un alcance de derechos, una dignificación de las personas que no tenían reconocidos esos derechos, con todo lo que conlleva en temas de viudedad, adopción, custodia o simplemente tener para un alquiler.
Ese primer choque no fructificó. Y no sé qué pasará con el actual y la inquina de ciertos sectores hacia las personas trans, hacia las mujeres trans en concreto, y la utilización que hacen de ello algunos partidos políticos. Lo penoso es que las tesis de los que llevaban años reivindicando la igualdad se usan como excusa y argumento de determinados partidos para poner en el punto de mira a las personas más vulnerables en derechos. Están encendiendo más la llama de algunas tesis de partidos que lo quieren utilizar, como hacen con el miedo al diferente, para que parezca que la sociedad española está polarizada o está en contra de unos determinadas personas. Y creo que no es así.
¿La situación ideal será cuando no haya etiquetas, ni se hable de colectivo Lgtbi? ¿Ve eso próximo?
La verdad es que no lo veo próximo.
Hace tres años, a lo mejor, pero desgracia ahora no. En nuestro país quizá no tanto, pero en el entorno internacional, tenemos los retrocesos en Hungría y toda la campaña que hace Trump en Estados Unidos contra las personas Lgtbi y trans. ¿Qué le han hecho a ese señor?
El problema es que no le han hecho nada, pero los que tienen actitudes autoritaristas y de imposición de su forma de ver la vida necesitan encontrar un colectivo para poder sembrar el odio en las demás personas. Y ese colectivo, desgraciadamente, es Lgtbi. Luego vendrán otros. Y ese es el problema.
¿Y la vacuna es la cultura?
Efectivamente. Y eso es lo que hacemos en cada edición del festival Cinhomo.