Prefiere hablar de cultura popular, que “no tiene por qué ser siempre lo tradicional”. Pero realmente, Dámaso Vicente Blanco, director de la recién creada Cátedra de Patrimonio Cultural Inmaterial, vinculada a la Universidad de Valladolid (UVa), admite que “todo lo que creamos colectivamente que es inmaterial, puede ser más o menos tradicional”. Las Fallas, el flamenco, el fado, los patios de Córdoba, el tango argentino, pero numerosas costumbres radicadas en Castilla y León también se han hecho un hueco. “Lo que importa es la creación colectiva. Algunas cosas parecen tradicionales, pero solo tienen 40 o 50 años. La cultura popular no tiene por qué ser siempre tradicional”, afirma en una entrevista a Ical, en el que desgrana los pormenores de una cátedra que nació en julio de 2020, en plena pandemia del COVID-19, de la mano del trabajo arrojado durante una década junto al etnógrafo Luis Díaz Viana, en el seno del Centro de Estudios Europeos, y que pretende contribuir a mantener y proteger las manifestaciones de lo que “antiguamente se llamaba folclore”, que “ha caído en desuso e incluso está desprestigiado”.
¿Por qué nos ha citado en la Plaza de la Universidad de Valladolid?
Yo soy jurista. Y el perímetro y fachada principal de la Facultad de Derecho de la Universidad de Valladolid, que tiene los leones delante, tenía la característica histórica de que toda esa zona era de jurisdicción universitaria. Y esto se estudiaba y se conocía pero no había una constancia normativa, sino una costumbre. Hace unos años hubo un conflicto entre el Ayuntamiento y la UVa al colocar unos andamios para una restauración y se ocupó la acera. Y finalmente se encontró el soporte que atestiguaba que esa costumbre existía, permanecía, y ese territorio delante de la Universidad le pertenece a ésta. Ahora decir jurisdicción es un anacronismo. Es un resto de los aspectos jurídicos medievales que permanecen en la ciudad. La costumbre sería patrimonio cultural inmaterial. Otra, por ejemplo, es la Cañada Real y la institución de la Mesta. La costumbre de estos caminos para el tránsito del ganado por parte de los humanos. Efectos consuetudinarios que han sido creados por la práctica humana y que no es derecho escrito pero está respaldado por la práctica y por otra constancia escrita.
¿Cómo surge la idea de crear una cátedra de patrimonio inmaterial? ¿Hay un nicho en la formación que se pueda ocupar?
En realidad lo que existe es un trabajo de años detrás. Está toda la experiencia de Luis Díaz Viana en materia antropológica; y aproximadamente desde 2013 trabajamos conjuntamente en relación con el patrimonio cultural inmaterial en la Universidad de Valladolid. Díaz Viana, que es investigador del CSIC, vino al Instituto de Estudios Europeos (IEE) a través de un convenio entre la Uva y el propio CSIC y empezamos a trabajar en esta materia. La cuestión era conjugar lo jurídico con lo antropológico. Existe esta trayectoria de siete u ocho años con diferentes resultados positivos, con múltiples colaboraciones previas. Tenemos un curso de formación sobre gestión del patrimonio cultural inmaterial de Castilla y León, que está en la VIII edición. Se han publicado libros, organizado jornadas, codirigido una tesis doctoral, defendida en julio de 2020. Hay toda una trayectoria que culmina en la cátedra. Sobre la base de ese trabajo ya recorrido, aglutinamos a muchos investigadores con los que hemos trabajado estos años: antropólogos, juristas y otro tipo de profesionales de la materia, que proceden de España, de otros puntos de Europa, México, América Latina, de Argentina o Perú. Hay una masa crítica con la que hemos colaborado y una treintena de personas con la que desarrollamos esta actividad, con el objetivo de crear un centro, que sería la cátedra, con el pivote de Luis Díaz, el trabajo de estos años, y el grupo amplio de gente que se ha sumado.
Este grupo de personas, expertos cada uno en lo suyo, ¿ahora están comunicados en torno a un círculo y conectados para trabajar?
Es evidente que cubrimos un hueco para colmar las materias de patrimonio cultural inmaterial y hay una idea significativa, que es la visión desde Europa. No solo de Castilla y León o España, sino la integración en el IEE y ver cómo este patrimonio es un valor en Europa y es una perspectiva bastante insólita e inusitada. Esa visión del viejo continente es un aporte que no estaba dado.
Se ha referido a la creación de un centro…
Lo haremos en sentido metafórico. No un edificio. Se trata de crear un ente que nos permita desarrollar todas estas investigaciones que llevamos adelante aglutinando más investigadores y pudiendo seguir dirigiendo tesis doctorales, organizar congresos, asesorar en algún caso si es necesario. La dirección de la Cátedra no necesariamente estará en todos los proyectos que se desarrollen. Es un paraguas bajo el que pueden caber distintas iniciativas y nosotros les damos cobijo y canalizamos su desarrollo. Nos interesa, por eso, los puentes entre los investigadores que están dentro de la Cátedra pero no se conocían.
¿Existe interés por esta especialidad entre los alumnos?
Hay mucho interés. Hemos tenido una media de 20 estudiantes al año en el curso de formación de gestión de patrimonio cultural inmaterial. Son unos 160 en todo el periodo. Es un tema estrella en estos momentos y sigue vigente ese interés.
Todos hemos escuchado algunos ejemplos de patrimonio inmaterial, como el flamenco, las Fallas, el tango o los patios cordobeses...
La Convención de la UNESCO para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial que tuvo lugar el 2003 en París plantea un problema complejo, porque en un primer momento las normas pueden parecer un poco ingenuas, naíf, porque el primer instrumento que utiliza para salvaguardar el patrimonio es dar un reconocimiento internacional a las expresiones culturales y ubicarlas en un listado. Esto en definitiva la consecuencia que tiene es colocar a las expresiones de la cultura popular en un escaparate. Y tiene dos efectos: uno comercial, que llama al turismo, y otro, provocado por el anterior, que sería su riesgo de desnaturalización. Proteger solo a través del escaparate puede funcionar en algunos casos. Hay un aspecto de la Convención que resulta muy valioso, y es que el patrimonio cultural inmaterial es una especie de materia prima a partir de la cual sus propios protagonistas, las comunidades a las que pertenecen, pueden conseguir su desarrollo económico.
Esa contribución económica al tejido social de la zona debe ser prioritaria...
El primer objetivo es su conservación pero el segundo debe ser que ello repercuta en un resultado positivo para los protagonistas, las colectividades que lo generan. Hay que tener en cuenta que hay todo tipo de prácticas, como conocimientos ancestrales, como pueden ser las plantas medicinales, aspectos gastronómicos, como la 'Cocina mediterránea', la francesa, el arte de los pizzeros italianos… Hay un grupo muy amplio de aspectos culinarios, prácticas religiosas, sociales, lúdico-festivas, como el Carnaval.
Pero hasta la llegada de la pandemia se hablaba de un tipo de turismo masificado que era perjudicial, del que carece Castilla y León...
El método de declaración es ambivalente y genera alguna distorsión. En algunos aspectos es muy positivo dar a conocer estos ejemplos porque los revitaliza, pero en otros darlo a conocer puede generar un efecto negativo. He sido crítico en congresos y escritos con la declaración de algunas procesiones religiosas en Castilla y León como patrimonio cultural inmaterial. Algunas de ellas tienen un carácter íntimo para una comunidad. Si provocas una afluencia masiva, vas a perjudicarlo. En alguna manifestación religiosa de Semana Santa hubo algún año en el que se produjo una afluencia masiva y los protagonistas lo trasladaron a otro espacio. De algún modo, el instrumento más expreso de la Convención de 2003 es, si puede decirse así, de brocha gorda, no un pincel fino, pero es cierto que con su desarrollo se ha visto que se crean directrices y principios dirigidos a los estados. A través de ellos se puede actuar ya con pincel fino y proteger determinadas expresiones de la cultura popular de la apropiación por parte de las grandes empresas de la cultura.
¿Algún ejemplo de esa apropiación?
Los hay muy llamativos. Había una canción de los años 90, del grupo alemán 'Enigma', 'Return to Innocence' que fue éxito mundial, el 'leitmotiv' de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, y había recogido la música de unos cantantes tradicionales de Taiwan; y ni les habían incluido en créditos ni pagado un céntimo. También está el registro de canciones populares, para el que la regulación es poco sutil y en ocasiones llega un intérprete y lo registra como propio, como si fuera su autor. Estas actuaciones es necesario tratarlas y estudiarlas. La Convención de la UNESCO no trata el tema de las apropiaciones porque se dejó para un convenio de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual, y que aún se está negociando tras diez años de trabajos. Pero a través de esas directrices y principios sí da pistas a los estados para que se regulen. Aunque no lo resuelva directamente les ha dado pautas. Y ese es un elemento muy positivo en un tema enormemente delicado.
Las Fallas, el flamenco, el fado, los patios de Córdoba, el tango argentino… pero, ¿ejemplos más cercanos, más vinculados a nosotros en Castilla y León?
Desde el punto de vista musical tenemos una gran riqueza cultural, pese al poema de Machado. La cuestión son los usos y costumbres: la cultura popular. Se quiere convertir en patrimonio cultural inmaterial el asado de lechazo y su método de elaboración, por ejemplo. Tiene un interés económico, como todo lo culinario. Con la Convención de la UNESCO hay una crítica muy extendida, en el sentido de que se utiliza con fines comerciales, no en beneficio de la gente, sino de determinados operadores comerciales o políticos. Por ejemplo, el uso nacionalista de la identidad, con los 'castells' catalanes.
En la actualidad, ¿hemos perdido cultura, tradición en general de nuestros antepasados?
Hay dos elementos. Por un lado, sustituimos unas prácticas por otras. La cultura popular se revitaliza siempre. Algunas prácticas de la cultura popular que parecen antiquísimas, a veces no tienen más de 50 años. Y hay algunas tradiciones que se reinventaron, y no siempre existe tanta continuidad. Preservar determinadas prácticas en principio aparece como un valor, pero también se preserva aquello que es útil. Es decir, las colectividades humanas tienden a preservar aquello que les sirve. Y eso significa que si no le sirve, dejan de hacerlo. Por eso, siempre que se pretende declarar patrimonio cultural inmaterial una expresión concreta, hay que preguntar antes a las personas que son la protagonizan.