Dos informes recientes, uno de la Fundación BBVA sobre la confianza en la sociedad española 2025 y otro del CIS sobre el perfil social y laboral de los españoles según sus creencias ponen de manifiesto la rapidez con la que avanza la secularización, el cambio de valores y de estilos de vida en España y la pérdida de significatividad del hecho religioso en nuestro país no sólo en la vida pública, sino en el día a día de los ciudadanos.
La desconfianza no sólo es hacia los políticos y las formas de hacer política, también hacia la religión, que recibe una nota de 3,9 sobre 10. Si en el año 2000, el 84,7 por ciento de los encuestados se definían como católicos, esa cifra se reduce ahora hasta el 51,5, un descenso de vértigo. Mayoría de católicos aún, pero con cada vez menor grado de práctica, a pesar de que todavía cada domingo cerca de diez millones de personas acuden a la iglesia y más de ocho millones marcan la X en la declaración del IRPF, conscientes de que la Iglesia católica invierte cada año en la sociedad -escuelas, atención a los ancianos, a los enfermos, a los vulnerables, a los inmigrantes, a las víctimas de trata y prostitución, etc.- 1.428 millones de euros y que, según un informe de Deloitte, cada euro de la X confesional en la renta se multiplica por cuatro en valor social. Al margen del dato, hay otro hecho relevante: crece el desconocimiento sobre la religión y se han marginado valores esenciales de es humanismo cristiano que es parte esencial de la historia de España, de Europa y de nuestras sociedades.
Según el sociólogo y profesor universitario, Juan María González-Anleo, esa falta de conocimiento -la religión ya no se enseña, y no siempre bien, salvo en las escuelas concertadas y ya hay propuestas de Sumar para acabar con ellas- afecta también a los creyentes: "hay un enorme desconocimiento del significado de serlo, incluso entre los que se denominan cristianos". Y eso, en "una sociedad que despersonaliza a las personas, las vacía interiormente y las incapacita para abrirse al Trascendente", como dice José Antonio Pagola, es preocupante. "En la sociedad de la eficacia, añade Pagola, lo importante no son las personas, sino la función que ejercen. El individuo queda fácilmente reducido a una pieza del engranaje; en el trabajo es un empleado; en el consumo, un cliente; en la polìtica, un voto; en el hospital, un numero de cama. En esta sociedad, las cosas funcional, las relaciones entre las personas mueren".
Tengo claro que esa orfandad de valores cristianos en la vida social es responsabilidad de los que nos decimos católicos, de las familias católicas que han dejado de educar a sus hijos, de las escuelas que no dejan huella, de una Iglesia a la que los escándalos, su falta de vínculo con las nuevas generaciones y su incapacidad para ser una voz clara que de soluciones y ofrezca alternativas, "además de dañar su reputación, han creado una crisis de autoridad moral que afecta a su capacidad de liderazgo en asuntos sociales y éticos", como dice Carlos Ávila.
El arzobispo de Rabat, el cardenal Cristóbal López, se preguntaba cómo en España, con libertad religiosa irrestrictiva, con cadenas de televisión y radios católicas, una red potentísima de escuelas y Universidades católicas, hospitales, centros sociales y culturales, se produce el estrepitoso descenso de creyentes. "A nuestras palabras y predicaciones, se responde, les falta el fundamento: el testimonio vivo de personas que vivan esa Presencia... Nuestras prédicas son cheques in fondos; cuando vas a cobrarlos descubres que en la cuenta no hay nada". La Iglesia, los católicos, esa mayoría silenciosa y pasiva, tenemos que hacer una reflexión profunda sobre lo que pasa y sobre lo que nos pasa y cómo podemos y debemos tener un papel en la regeneración social, cultural y también, por qué no, en la democrática.
No vale con seguir haciendo lo mismo. La confusión ideológica, especialmente entre los más jóvenes, la polarización creciente, el frentismo, la falta de vínculos con la vida cotidiana, el individualismo frente al valor esencial de la comunidad, la pérdida de valores como el sentido del sacrificio y del compromiso, la fidelidad, la entrega, la renuncia, la apuesta por la equidad y por los más desfavorecidos, el testimonio de la fe, la voluntad de servicio a los demás son valores esencialmente cristianos que es preciso recuperar y transmitir. Menos católicos, menos valores católicos en la sociedad, pero ¿más felices? Tengo muchas dudas de que eso sea verdad.