¿Y qué hacemos con la abuela?

Javier M. Faya
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El fenómeno de las estancias temporales en las residencias de ancianos por 'vacaciones de verano' de sus familiares va aumentando poco a poco. El sentimiento de cierta culpabilidad frena a muchos

María Jesús abraza a su madre, Eduarda, muy contenta de visitar el que fue su hogar durante 15 días. - Foto: J. Tajes

Poco a poco, el verano se va acabando y el moreno de la playa diluyendo. Como las sonrisas de los y las que madrugan contra su voluntad y vuelven al trabajo. Hasta la chiquillería se va dando cuenta de que algo no marcha bien, de que se acaba lo 'bueno', por mucho que el próximo jueves, en medio de las fiestas, 'fichen' un rato. La rutina se va instalando por todas partes poquito a poco, casi a ralentí, pero, curiosamente, hoy se rompe en el lugar donde todo va más lento: en una residencia de ancianos. Y es que Eduarda se ha convertido en la protagonista del día. Es la hora de comer en la residencia El Encinar, en Valladolid, pero unos cuantos se paran a saludar con alegría a la que fue su 'compi' durante 16 días mientras otros les observan con gran atención o total indiferencia. 

Yes que mientras su hija, María Jesús, y su yerno, Julián, se iban a la playa en la primera quincena de agosto, esta señora de 93 años, que había enviudado cuatro meses antes y comparte techo con ellos desde 2021, repitió la experiencia de 2022 (aunque fue con su marido, Jesús). Ambas han sido muy positivas. Sus hijos (Iván, Miriam y Eduardo) se ofrecieron para llevársela con ellos al pueblo, a Bercero, «pero hay unos horarios con la medicación y las comidas;luego están las niñas, que juegan, y siempre puede pasar algo, cualquier urgencia... Me fui tranquila». 

¿Se sintió de alguna manera culpable? «No, para nada. Ni el año pasado ni este. Sabía que iban a estar bien atendidos, como así ha sido». Ahí radica la clave de un fenómeno, el de las estancias temporales en residencias de la tercera edad por 'vacaciones' de los familiares, que muy lentamente se va implantando. «Ese sentimiento de culpa siempre existe, por aquello de que te vas a la playa y tu ser querido se queda aquí...», señala Luz Pelayo, directora de Amavir El Encinar del rey. El responsable de Orpea, Víctor Nieto, añade:«El concepto de residencia ha cambiado mucho en los últimos años y la experiencia en estas fechas es muy positiva porque saben que van a estar a gusto, de hecho, tenemos piscina y, según el grado de dependencia, pueden darse un chapuzón y hasta hacer 'aquagym'. Incluso los más reticentes a abandonar su casa saben que es solo una temporada y se lo van a pasar muy bien».     

Sí que es cierto que, como apuntan desde otro salón de la tercera edad, hay casos sangrantes. «No puede ser que te vengan y te quieran dejar a un anciano para una boda, un puente, un viaje a Benidorm, el camping... Nos han llegado peticiones de hasta tres días... ¡pero qué es esto! No somos un hotel», clama una directiva, que 'regaña' desde el anonimato a los que «no tienen en consideración» que estas personas, por lo general totalmente asistidos o semiasistidos, necesitan un tiempo de adaptación: «El primer día llegan y estamos con el historial, el segundo procedemos a las revisiones para las personas con deterioros cognitivos... Ycuando ya están medianamente situados, tienen que irse, o sea, que les confundes aún más y se te cae el alma viendo cómo lo pasan mal estando tan desorientados». Por eso no aceptan estancias de menos de dos semanas. 

La coordinadora de Residencias APV, Nathalie Fernández, subraya que lo idóneo es que no sea inferior a un mes, que para eso existe un protocolo, al tiempo que incide en que el cuidador también tiene que ser 'cuidado', es decir, que no debe sentir ni un ápice de culpabilidad el que se vuelca con sus mayores durante todo el año y se tiene más que ganadas las vacaciones. Yrecuerda entonces el calvario que puede resultar llevar a una persona mayor con problemas de movilidad en el coche durante horas, llegar a un piso o un hotel que lo normal es que no esté acondicionado...   

Desde Orpea señalan que la duración de las estancias oscila entre los 14 y los 60 días, predominando el mes de agosto. Curiosamente, este 'desahogo' para las familias cuidadoras se va extendiendo a otras fechas, como las de Semana Santa. Así lo apunta Pelayo.  

Todo es cuestión de cambiar de mentalidad. Porque puede resultar muy duro dejar a un ser querido en una residencia en verano, pero aún más movilizarle, por mucho que el bolsillo lo permita, hasta la playa misma, aunque a un inmueble que no reúna las condiciones mínimas, aparte del transporte. Eso bien lo sabe Irene. Su padre, José, de 72 años, sufrió un ictus severo. Alquilaron una casa para dos semanas en Suances, vino una interna... Les hacía muchísima ilusión que viera el mar, pero fue un verdadero calvario desde el momento en que se metieron en el coche, teniendo que volver a los tres días. «Lo pasó muy mal, sufrió él, sufrimos todos. Así que nunca más», confiesa triste.  

En este sentido, la adaptación de Eduarda al que fue su hogar entre el 31 de julio y el 15 de agosto fue rápida, y eso que no conocía El Encinar. Teniendo claro que su hija no la iba a dejar allí de forma permanente, la mujer estaba feliz en su habitación individual con su radio y su televisión, aunque luego, a la hora de la verdad, no las usó mucho por no decir nada. 

Con su sempiterna sonrisa, su elegante y cómodo vestido a juego con sus zapatillas deportivas de marca y disfrutando de las visitas de sus nietos y bisnietos (Valeria, Elena y María), se le pasó el tiempo volando. De hecho, resulta entrañable verla con qué cariño coge una silla del jardín, la planta a la sombra de 'su' árbol y se sienta coqueta para el fotógrafo. Ya se sabe, el precio de la fama.

Después de presumir de que no necesita bastón -es mejor que no tiente a la suerte pues ya dio un buen susto-, busca la anciana sin éxito a «una chica de 45 años» de la que se hizo muy amiga, pero no la localiza. Luego nos enteramos que es 'algo' más mayor.  

También posa su vista en la capilla. No faltó a la misa del mediodía de los sábados, aparte de los rezos. Pidió por su marido, por su hija, por sus nietos, sus bisnietas y por ese bisnieto, el primero varón, que está en camino y llegará con el Roscón de Reyes si Dios quiere. Tiene muchas ganas de abrazarlo, achucharlo, de hacerle arrumacos, de llenarlo de besos y de decirle que, aunque el mundo esté «muy revuelto», con esto de la «peste» y otras cosas, «nunca me faltó de comer», y está deseando contarle un montón de historias. 

Quizás algunas de ellas puedan ser las de este verano, en la residencia. De cómo a sus 93 otoños, siendo capaz de ducharse y vestirse sola, pasar la mopa al salón, regar las plantas (su hija recuerda divertida que alguna vez la ha pillado con la manguera) y lo que se tercie, se las ingenió para hacer un 'sinpa' y tomarse un helado (es broma, no llevaba dinero encima y el chico de la cafetería anotó su nombre) o se pegaba unas siestas del récord Guinness, desde las dos menos cuarto a las cinco de la tarde. Igual podría relatar el susto que le dio a su hija cuando la llamaron de recepción para decirle que no tenía saldo en el móvil... Oque se le quejó desde allí que su teléfono no funcionaba y era porque el sonido estaba muy bajo.