La tarde del día 26 de febrero de 2008, Francisco L.S., Paco, que era como se le conocía en el barrio, cumplió una amenaza que había lanzado a los cuatro vientos, pero a la que nadie dio crédito. Solo él sabía que lo pensaba de verdad. Solo él sabía que no era ninguna bravuconada. Sólo él sabía que acabaría con la vida de su exmujer con la frialdad del cazador que siempre fue. El cazador de Huerta del Rey.
«Un día me dijo ‘qué lástima no tener una escopeta para matar a esta hija de puta’», recordaba aquel día un vecino. Cuentan que Paco le había regalado su arma a uno de sus hijos, pero aquel triste día de invierno en la avenida de Vicente Mortes, Paco volvía a tener arma. Y estaba convencido de que iba a cumplir su perenne amenaza. «Este cabrón me ha dicho que como me vea por el barrio me va a matar», le había confesado María Jesús a una vecina varias semanas atrás. Ninguna se lo tomó en serio. Igual que aquel vecino que se lo oyó a Paco. Nadie creyó a este pintor. Nadie pensó que sería verdad.
Paco (58 años) se apostó esa tarde en la ventana del 1ºA del 31 de la avenida de Vicente Mortes. La casa familiar de toda la vida, la misma en la que, dos años atrás, Mª Jesús M.C. (55) le sorprendió con otra mujer en la cama y de la que se fue «con su ropa en bolsas de basura» sin hacer ruido. Decían los vecinos aquellos días que llevaba años soportando el control de su marido y que, en el fondo, fue una liberación. Recordaban que a ella cada vez se la veía «mejor» y «más guapa». Quizá fue eso lo que no soportó su exmarido que cuando se volvió a quedar solo -la relación con su amante duró un año- se empeñó que María Jesús volviese a casa.
«Estaban separados, sí, pero nunca se había escuchado nada de malos tratos. No han dado un escándalo nunca», recordaba una de las vecinas aquella dramática tarde. «Pero ahora él quería volver con ella y ella estaba muy bien con sus hijos en La Victoria», añadía.
Primero la agasajó con flores y luego empezó a amenazarla. Que no quería verla por el barrio, que la mataría... Y cumplió.
Desde la ventana. La tarde del 26 de febrero de 2008, sobre las 18.45 horas, María Jesús M.C. fue a visitar a Angelines, una amiga de avanzada edad con la que tenía una gran relación de sus veinte años en Huerta del Rey. Paco, cual cazador, se apostó en la ventana de su vivienda. Esperó y esperó. Con la escopeta cargada. Había decidido que era el día. Incluso tenía preparada ya la carta en la que se despediría de sus cuatro hijos.
Cuando vio aparecer a María Jesús no le tembló el pulso, solo la puntería en el primer disparo, que rozó la cabeza de su ex e impactó con uno de los cristales del centro cívico del barrio. Los dos siguientes tiros fueron certeros. Los dos en el abdomen. Mortales en cuestión de minutos. Los médicos trataron de reanimarla sobre el suelo de su barrio, pero las graves lesiones que le provocaron esos disparos se lo impidieron. La tragedia que nadie se creía se convertía en una triste realidad.
Pero el plan de Paco no solo era acabar con la vida de su exmujer, sino también con la suya propia. No quería dar la cara delante de sus hijos -que, abrazados entre sí, se derrumbaron a llorar cuando aparecieron por allí- ni tampoco acabar sus días en una cárcel, con el estigma de ser el cobarde (otro más) que mató a la madre de sus hijos.
Una carta de despedida. En cuanto vio caer a su ex, se metió en la casa y la roció con gasolina. Colocó la carta de despedida y se fue al sofá. Allí, medio recostado, se colocó la escopeta entre las piernas, con fuerza, y el cañón en la garganta. Y apretó el gatillo. Cuando la Policía consiguió entrar en el piso, además del conato de incendio se topó con la dantesca imagen de Paco muerto. El asesino, el cazador de Huerta del Rey, se había suicidado.