La primera vez que Moussa Kané Traoré (Siracoro Meguétana, Malí, 1989) vio el mar en vivo fue hace 15 años, a mediados de diciembre de 2009, para subirse a una patera en Nador (Marruecos) e intentar llegar a Tarifa con otras 46 personas. Se disponía a afrontar la última etapa de una dramática odisea de 2.000 kilómetros en autobús, pickup, taxi y furgoneta que empezaba cuatro meses antes en su tierra natal. Allí tuvo que dejar sus estudios después de segundo de Bachillerato; su familia no tenía dinero para pagárselos y tampoco pudo acceder a ayudas del Estado, no veía futuro y se lanzó en busca del sueño europeo aunque fuera a costa de atravesar un infierno. Lo hizo convencido (le costó unos 1.500 euros), pero se arrepintió en el último instante. El oleaje, los nervios, la tensión… La escena le impactó tanto que quiso dar media vuelta, pero no le dejaron: "Ya tenía un pie dentro, fui a sacarlo y uno de los traficantes me amenazó con un cuchillo", relata. Le decían que a esas alturas nadie podía echarse atrás.
Durante el trayecto, curiosamente, ya no sintió miedo, salvo por "un susto" de madrugada al enredarse el motor de la precaria embarcación en una red de pescador. Tardaron "poco" en alcanzar Tarifa, 17 horas, y aquella vez llegaron todos con vida, aunque fueron interceptados y llevados a un centro de internamiento donde se dirimiría su futuro. Tenía 20 años y fue uno de los ocho que se llevó Accem a Valladolid, donde terminó bajo tutela de la Junta gracias a una segunda prueba de edad en destino que estimó que aún le faltaban unos meses para cumplir 18, lo cual le facilitó además conseguir papeles (permisos de residencia y trabajo) para legalizar su situación en apenas un año.
Ahí empezó, en enero de 2010, la vida de Moussa en Valladolid. "Miraba a la gente en la calle y la veía que no caminaba, volaba. Nadie saludaba a nadie, todos iban y venían con prisa. Me parecía que estaba en otro mundo". Con el tiempo se fue dando cuenta de que, "simplemente, la vida de aquí es muy diferente"; y poco a poco se fue adaptando gracias a la Junta, Accem, las "buenas personas" que conoció y su propia capacidad de aprendizaje.
"Valladolid es muy acogedora aunque se diga lo contrario. Al principio cuesta y es normal, a mí también me podría pasar que si no conoces a una persona no le abres la puerta porque sí, y la barrera del idioma no ayuda, pero todo cambia según vas conociendo a la gente", y así se fue integrando hasta convertirse en un vallisoletano más. Aquí estudió fontanería, después un grado medio de electrónica, después uno superior de integración social… En Accem, que lo contrató en 2018, trabaja ahora precisamente como integrador, y desde hace ocho años vive en Tordesillas, el pueblo de su pareja y madre de sus tres hijos, de 2, 4 y 5 años, donde además entrena a un equipo prebenjamín del Atlético Tordesillas. Un ejemplo de integración y también un sueño por el que muchos, más de 10.000 sólo el año pasado de camino a España, se dejan la vida en el mar.