Desde que alcanzó la mayoría de edad, Gonzalo Borondo (Valladolid, 1989) no ha dejado de intervenir espacios públicos o edificios históricos de todo el mundo, con especial intensidad en la Vieja Europa. Su obra revive, conecta, recontextualiza y expande la memoria atrapada en lugares que encierran infinitas historias olvidadas por el paso del tiempo. Poesía y política, sagrado y profano, antigüedad y contemporaneidad se entretejen en sus proyectos, que son una invitación constante generar comunidad y a explorar quiénes somos y cómo hemos llegado hasta aquí.
Nació en Valladolid, pero con apenas tres años sus padres se instalaron en Segovia. ¿Qué lugar ocupa Segovia en su corazón?
Crecí en una ciudad con un patrimonio artístico muy grande, vinculado a un pasado bastante lejano, y eso a buen seguro influyó en mi visión. Segovia es mi raíz. Se suele relacionar la raíz con algo que te arraiga a un territorio y de alguna manera te impide ir hacia un futuro, pero yo en cambio la comprendo más como un lugar desde el que surgir, desde el que emerger y brotar. Yo he viajado por muchos sitios, he vivido en muchas capitales de Europa, y hace unos años he vuelto a instalarme en Segovia. Este regreso al propio territorio me ha dado, en primer lugar, una solidez en mi trabajo, y por otra parte me ha ayudado a nivel de escala humana. Cómo se relaciona la gente en una ciudad de estas dimensiones y cómo se genera tejido en ellas no tiene nada que ver con cómo se producen esas dinámicas en las grandes urbes.
Cuando tomó posesión como académico en San Quirce el pasado verano subrayaba que "involucrar, sorprender y compartir" fue "una necesidad" que sintió "desde muy temprana edad". Analizando su obra, resulta clave la palabra 'compartir'.
Me gusta trabajar en espacios públicos, transformándolos o añadiendo capas y estratos a algo que ya existía, pero no busco intervenir y que eso quede como un objeto de estudio; esa idea del arte-objeto nunca me ha pertenecido. Lo que pretendo es compartir. Seguramente esté influido por el hecho de que mi padre fuera restaurador de arte religioso y creciera viéndole trabajar en la recuperación de retablos, unas obras de arte totales donde confluían muchas disciplinas con la idea de transmitir un mensaje (en ese caso doctrinal) a un público amplio. Esa idea siempre ha estado presente en mi obra. Lo que más me interesa es la dimensión pública del arte, la dimensión que involucra, que genera comunidad, paisaje, territorio, que genera identidad.
Su padre se dedicaba a la restauración y José García Herranz, su maestro, también destacó por su acercamiento a la restauración patrimonial, un campo en el que usted no ha ejercido literalmente, pero con su obra siempre dota de nueva vida a los espacios que interviene.
No lo había pensado exactamente de esa manera, pero tiene mucho que ver. Al final hay una intención de reactivar unos restos que, de repente, han perdido su voz; por algún motivo han perdido su funcionalidad pero están ahí, conviviendo con una comunidad, con una ciudad, con un territorio. Efectivamente, mi intención es, a través de un añadido (normalmente efímero o temporal), reactivar la visibilidad de esos lugares, incluso la propia historia que contenían. Pero siempre bajo un punto de vista personal, a través de un filtro subjetivo y una narrativa que habla de la contemporaneidad y conecta esa antigüedad con el ahora.
Ha trabajado en infinidad de países (desde India a Estados Unidos, pasando por Australia, Brasil, Turquía o Dinamarca). ¿Qué huella busca dejar con cada trabajo?
La idea de la huella es compleja. Me interesa mucho la relación con espacios que tienen una fuerte carga histórica, que han perdido su funcionalidad original y que están cerrados al público u olvidados. Busco, de alguna manera, devolvérselos a la comunidad que vive en ese contexto. Lo que me interesa es la construcción de ambientes, generar espacios donde suceda la vida, donde le sucedan cosas a individuos que probablemente nunca conoceré. Si hay individuos que hayan interactuado con un espacio que yo he intervenido, a quienes les haya generado un recuerdo o algo que se haya quedado dentro de ellos, experiencias o memoria, para mí es más que suficiente. Desde mi punto de vista, el contexto condiciona realmente la experiencia, de forma que transformar el contexto es también transformar la experiencia del individuo. Esa es la línea que me interesa. Da igual que sean espacios cerrados, edificios institucionales o plazas, pero me gustaría mantener ese hilo que tiene más que ver con la arquitectura y con una visión casi medieval del arte.
Desde sus inicios, ha explorado las complejas conexiones entre el arte y el público. ¿Cómo han evolucionado esas dinámicas relacionales hasta ahora?
El trabajo con el espacio público es siempre muy complejo. Cada vez creo que lo es más. Curiosamente las redes sociales están condicionando todo, porque hay mucho más miedo por parte de las instituciones a la respuesta virtual que puedan despertar esas intervenciones. Durante muchos años trabajé sin boceto, interviniendo directamente en el espacio y viendo qué surgía, pero ahora escasean las oportunidades en las que disfrutas de libertad total, y ese cambio condiciona mucho el proceso.
En un mundo cada vez más globalizado, usted apuesta por intervenir desde lo local. ¿Es una forma de reivindicar la identidad de esos lugares?
Vivimos en un momento en el cual a los jóvenes se les inculca esa idea de que todos podemos tener todo y, de alguna manera, tenemos que ser estrellas del rock y vivir en el exceso. Es algo que se ha asociado mucho al mundo del arte cuando en realidad creo que hoy en día lo más disruptivo es lo contrario: escaparse de esa ficción neoliberal e intentar fundar desde lo más básico, desde lo más cercano, desde lo más arcaico pero también lo más real. Ese contacto te lo ofrece una ciudad de una dimensión pequeña como Segovia. En mi caso personal, tras muchos años en el extranjero, sentía la necesidad de reencontrarme con mi interioridad. En la dispersión que hay hoy en día me parece difícil construir algo con lo que realmente hayas empatizado desde lo más profundo. Ahí aparece una cierta búsqueda espiritual, pero no en el sentido religioso, sino de autoconocimiento.
Habla de autoconocimiento y hace unos minutos se refería también a la memoria. Apuesta por explorar en esa dirección en un momento en que parece que nos empeñamos en mirar únicamente hacia adelante. ¿Qué nos perdemos como sociedad si le damos la espalda a nuestro pasado?
Se me ocurren muchas cosas, la verdad... Personalmente sufro bastante al ser testigo de cómo están desapareciendo los oficios, desde algunos muy específicos como los últimos hojalateros a otros más generales como la carpintería. Ahí se está perdiendo mucho conocimiento. Por mucho que se intente una cierta reactivación, todavía falta mucho por hacer para que no se pierda todo ese legado de conocimiento de los materiales. Siempre surgen nuevos materiales, y eso seguirá sucediendo, pero los que se han utilizado tradicionalmente tienen un valor añadido que nos permite empatizar más con ellos, porque han convivido con nosotros desde siempre. Inevitablemente es mucho más fácil empatizar con la madera de un árbol que con un plástico, y al dejar atrás esos oficios estamos perdiendo mucho de nosotros mismos.
Quizá ese fue uno de los motivos que le llevó a crear Spazio en Blanco en Segovia, donde las nuevas tecnologías conviven con otras técnicas más artesanales.
Sí, decidimos abrir este espacio de cocreación artesanal porque, además, la necesidad de confrontarse con el otro es algo fundamental en el crecimiento personal de cada uno. No somos sin el otro y no podemos medirnos tampoco, por lo cual esa vida tan individual y cerrada no es positiva. De alguna manera tenemos que crecer como individuos. No hemos venido aquí solo a disfrutar del paisaje. Se requiere un trabajo en lo que es la existencia, y este tipo de dimensiones fomentan el contacto, no solo con lo natural, sino con lo humano y con lo cercano. Las grandes ciudades son maravillosas, pero son extremadamente dispersivas y te hacen vivir en esa ilusión y en esa ruleta de impulsos, estímulos y emociones, donde al final nunca acabas de saber quién eres.
Ha abordado cuestiones como la despoblación (en Secastilla, Huesca), el drama de los refugiados (en Berlín) o proyectos sociales como el que desarrolló junto a un colectivo de artistas emergentes en Cuba con intervenciones en barrios marginales. ¿La preocupación por el devenir social es un aspecto crucial para usted?
Para mí es algo natural, surge de forma espontánea. Se trata de tener una visión humanista de la existencia. Quizás sea debido a mi educación, pero para mí es inevitable intentar, en la medida de lo posible, reflexionar sobre problemáticas, pensar en cómo puedo ayudar o ser ético con lo que propongo y proponer siempre desde ese lugar. A veces mis trabajos pueden parecer muy crípticos, porque pertenecen a un universo más personal, pero de fondo siempre está todo eso que está sucediendo y que, de alguna manera, está contaminando mi existencia y mi vida. Todos esos problemas acaban saliendo. Nunca me ha interesado en realidad hacer arte político, sino más poético, porque creo que desde ese otro lugar se pueden entender mejor las cosas. Es más difícil acercarse, pero una vez se materializan los mensajes, de alguna manera se perpetúan más.
En ese sentido, usted fue uno de los pocos artistas españoles convocados el pasado verano por el papa Francisco a un encuentro en la Capilla Sixtina junto a creadores de todo el mundo como Ken Loach, Marco Bellocchio, Caetano Veloso, Roberto Saviano, Ludovico Einaudi o Anish Kapoor, que comparten un cierto compromiso humanístico. En un tiempo donde impera la individualidad, ¿es preciso reivindicar metas comunes?
Siempre ha sido necesario y quizá ahora más, porque vivimos un momento de especial desconexión respecto al otro. Cada uno nos centramos en nuestro propio suceso y nos estamos olvidando del lugar que habitamos. Las nuevas tecnologías o la propia contemporaneidad nos invitan a aislarnos, y frente a eso es preciso propiciar la cohesión entre individuos. Las personas somos complejas, lo más sencillo es centrarnos en nuestros propios problemas pero creo que ahí está el error, en buscar siempre lo cómodo y lo fácil, porque desde ahí no se crece.
En aquel encuentro, Francisco les animaba a "remover conciencias". ¿Esa necesidad es su motor?
Antes decía que nunca me interesaba hacer política sino poética, pero creo que al final hay una clara dimensión política detrás de todo lo que hago. Decidir actuar en espacios públicos o poner la condición de que las instituciones abran gratuitamente sus puertas para exponer allí cuando se trata de lugares museísticos son decisiones políticas al fin y al cabo. La política no es mi motor ni mi punto de partida, porque tampoco creo que la doctrina sea el lugar del arte, al menos como yo lo entiendo.
¿Qué papel juega y qué papel considera que debería jugar el arte en la sociedad, en particular en las nuevas generaciones?
El arte tiene una dimensión muy importante de apertura. Nos invita a abrirnos a lo que no conocemos y eso hace que nos interroguemos. A veces en el arte, especialmente en España, se instrumentalizan los conflictos políticos desde un lugar que no ayuda en absoluto a quien los está sufriendo. Se usan discursos de gente desfavorecida para ocupar espacios en museos y eso me genera un cierto cortocircuito. Considerar que el arte tiene un papel únicamente social creo que es un error, pero el arte tampoco puede ser algo únicamente para quien se lo pueda permitir. No creo que haya que reducir la sofisticación para crear algo más digerible por todos, que es otro error en el que se cae a menudo. Para mí pensar en su dimensión pública es fundamental. Si puedes vivir del arte o estudiar el arte en Occidente al final eres un privilegiado, y tienes la obligación de compartir eso.
Vivimos una época de saturación de imágenes, sin tiempo apenas para decodificarlas. ¿El arte debe invitarnos a detenernos y mirar el mundo con nuevos ojos?
Los museos y los espacios expositivos se han convertido en una suerte de catedrales. Igual que puedes entrar en una iglesia o en una catedral para aislarte del ruido y concentrarte en ti mismo, lo mismo sucede en los museos. Te brindan espacio para proponerte algo, y mientras recibes eso también te encuentras contigo. Eso es algo que no tienes frente a una pantalla y por eso en mi obra siempre he reivindicado la presencialidad. Me parece importante que la experiencia se viva en primera persona. Ya no solo porque así se genera comunidad, sino porque lo que hoy en día puede aportar un artista son experiencias, mucho más que imágenes. No sé hasta qué punto tiene sentido seguir construyendo imágenes en un momento donde una inteligencia artificial puede hacer cualquier cosa en dos segundos, pero lo que nunca van a poder generar son experiencias. Eso es lo importante, porque en eso consiste la vida al final. En el pasado quizá las imágenes nos podían generar una mayor emoción, pero hoy en día, salvo contadas excepciones, estamos tan saturados que es difícil conmoverse ante una imagen.
En 2020 decidió regresar a España tras casi una década fuera y asentarse en la Segovia que le vio crecer. ¿Qué ha encontrado en esta tierra y qué querría para ella en el futuro?
Segovia tiene todas las cartas en su mano para poder convertirse en un polo cultural interesante, dentro de su dimensión. Eso podría repercutir en los ciudadanos, especialmente en los más jóvenes, configurando una ciudad mucho más abierta, espontánea y creativa. Estando tan cerca de grandes ciudades, Segovia podría ser un polo donde se genere cultura con otra temporalidad, la propia de un lugar más pequeño, pero muy dinámico y con mucha actividad. Hay muchos espacios y se podría generar un tejido realmente interesante. Mucha gente está trabajando en grandes capitales pero no está del todo contenta allí, porque en realidad esa gran ciudad tampoco le está dando tanto. Parece que hay que estar allí y que eso te da, pero ahí reside el engaño.
¿Somos conscientes de lo mucho que la cultura condiciona nuestra forma de ser o la confusión entre cultura y entretenimiento está haciendo mella en la sociedad?
Vivimos un momento un poco oscuro en ese sentido. Efectivamente hay exposiciones que, bueno, te cuentan algo, pero al final son más un pasatiempo de domingo que algo sobre lo que luego recapacitar o mantener una conversación. Quizá en momentos de crisis o de inestabilidad siempre pasa, pero aunque pensemos que es algo que sucede en España se trata de un fenómeno global. Ahora mismo se tiende a pensar en la cultura como algo secundario o innecesario, cuando muy recientemente, durante la pandemia, se demostró lo opuesto. Es difícil de comprender por qué, pero hoy en día no se valora la cultura, que es algo intangible, es invisible, no es obvio, no es explícito y no es fácil, pero es sobre lo que se ha construido en todas las sociedades.