Instinto, determinación y un punto de locura

Óscar Fraile
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Roberto García ha conseguido consolidar una cadena hotelera con un modelo, el de recuperación de edificios históricos, que se ha convertido en una seña de identidad de Castilla Termal

Roberto García, presidente de Castilla Termal. - Foto: Jonathan Tajes

Cuando Roberto García aceptó el reto de ponerse al frente del balneario de Mondariz, en Pontevedra, prácticamente no sabía lo que era un balneario. No con todo el detalle que requiere un puesto de tanta responsabilidad. Él mismo lo reconoce, aunque no tuvo reparo en aceptar. Esta 'osadía' ha sido una de las principales señas de identidad de un empresario que iba para economista, pero que cambió de rumbo de forma radical, otra vez, por el consejo de su tío. «Estaba matriculado en Económicas porque mi familia ya tenía una empresa vinculada al sector avícola, ganadero, agrícola... varias actividades, y era donde yo iba a seguir mis pasos, pero mi tío me dijo que había un sector mucho más pujante en España, que tenía mucho más futuro: el turismo», recuerda. Y ahí fue donde dio el primer golpe de timón de su vida. Hizo la maleta, cogió un avión y cambió el calor familiar por el del sol de Canarias, para formarse allí en ese campo.

Fueron años de maduración personal. Cuando terminó, continuó con su peregrinaje para seguir acumulando experiencia y conocimientos. Se fue a Reino Unido y Alemania, hizo un máster en gestión hotelera y, tras regresar a España, pasó por varios hoteles del país, hasta llegar al María Pita de La Coruña.

A la postre, Galicia se convertiría en un punto de inflexión de su vida profesional. Casi por casualidad llegó al sector termal de la mano del balneario de Mondariz, ya como director. «Era uno de los productos más alternativos y diferenciados del mercado, el segmento wellness, un concepto de balneario más moderno de lo que había hasta ese momento», recuerda. Su labor al frente de este referente llamó la atención de la competencia, y el balneario de La Toja lo fichó años después.

Por entonces, García ya tenía en la cabeza iniciar su propio camino. Durante su estancia en Pontevedra fue madurando su propio proyecto hasta que decidió dar el salto, para sorpresa de todo el mundo. Lo dejó todo y aprovechó el monasterio de Sancti Spiritus, propiedad de su familia en Olmedo, para levantar su propio balneario. «Mi madre me decía 'dónde vas, con lo bien que estás'», recuerda. Por entonces, este empresario tenía menos de 40 años, estaba «muy, muy bien pagado» y tenía un futuro muy prometedor por delante.

¿Qué necesidad había de jugárselo todo a una carta con un incierto proyecto? Probablemente, ninguna, pero el instinto y la determinación, aliñados con un 'punto de locura', parecían los ingredientes perfectos para alcanzar la plenitud profesional. García siempre ha creído que un empresario, por definición, debe ser una persona atrevida, que no se deje paralizar por el miedo, pero que tampoco caiga en la temeridad. Alguien al que no le dé pereza salir de su zona de confort para explorar territorios ignotos.

También tiene que tener visión de futuro, una hoja de ruta que le guíe a largo plazo y que le recuerde cuál es el camino cuando empiecen a aparecer los baches. Cuando él explicaba el proyecto de su primer balneario, muchos de los que le escuchaban se llevaban las manos a la cabeza. Y lo hubieran hecho con más asombro si hubieran sabido que García no había puesto el primer ladrillo cuando ya tenía en mente crear la cadena hotelera que hoy es una realidad. 

Hace casi 20 años el negocio termal centrado en la salud, pero también en el ocio, casi no existía en el centro del país. Por eso su discurso sonaba a chino. Pero él sabía que en esa carencia, precisamente, estaba la oportunidad.

El tiempo le ha dado la razón. Castilla Termal es hoy una de las empresas de referencia del sector turístico español, con la previsión de duplicar hasta 2030 los siete hoteles que ya tiene abiertos o proyectados. Y con la intención de empezar la internacionalización por Portugal y Colombia. 
«¿Dónde vas?», le preguntaba su madre. Y él callaba, pero lo tenía más que claro.