La caótica negociación de la reforma fiscal entre los componentes de la ecuación del poder sanchista demuestran que estaban justificados los recelos de los actores económicos por la inseguridad de un marco regulador controlado por un Gobierno débil. Débil y tambaleante, sobre todo, después de que uno de sus socios de coalición (Podemos) y uno de sus aliados separatistas (ERC) perdieran su respectivo encaje institucional, aquel en el Gobierno y este en la Generalitat de Cataluña.
Todos los analistas económicos relacionan la fragilidad de un Ejecutivo en riesgo de implosión con la actividad emprendedora. Se apunta a la Moncloa como causante del desconcierto creado en los mercados tras lo ocurrido en la Comisión de Hacienda del Congreso, foco de noticias contradictorias sobre los planes del Gobierno en materia fiscal. Más madera sobre un lugar común de los expertos en la España de Sánchez: la incertidumbre regulatoria desincentiva la inversión.
Pero cifras son amores y no buenas razones:
La inversión no levanta cabeza. En España todavía se sitúa por debajo de la registrada en 2019, que fue el año anterior al azote del covid. Según datos del INE (Instituto Nacional de Estadística), la inversión empresarial está un 4,3 % por debajo de niveles pre pandémicos. Nada que ver con lo ocurrido en la Eurozona, donde ya se ha recuperado y va al alza.
Más clarificadora es la inversión extranjera en nuestro país. En 2023 cayó nada menos que un 20%. Apenas superó los 28.000 millones de euros y aparece como la peor cifra desde el estallido de la pandemia en marzo de 2020. Pero tampoco lo que llevamos del año 2024 ofrece cifras más esperanzadoras porque la inversión extranjera hasta el pasado mes de junio apenas supera la barrera del 40% del total registrado el año pasado. Lo cual también refleja un menor dinamismo de la entrada de capitales en nuestro sistema productivo.
Insisto: cifras son amores en relación con lo que muchos nos maliciamos desde que Sánchez se amontonó con la izquierda plurinacional y el separatismo ambidiestro de vascos PNV-Bildu) y catalanes (ERC-Junts): que el heterogéneo pacto de investidura de Sánchez (ahora hace un año) no podría ser de legislatura a la vista de los intereses contrapuestos de sus componentes.
Las idas y venidas del lunes por la noche en la Comisión de Hacienda y la previsible segunda entrega de lo mismo en el pleno del Congreso de este jueves pueden reventar la ecuación. Y la causa no ha sido el fango de Valencia, la corrupción de cercanías o el secuestro de las instituciones, sino la vieja manzana de la discordia entre derecha e izquierda: los impuestos. Son las cosas de comer, que afectan tanto a los creadores de riqueza como a quienes se ofrecen a repartirla desde el poder político.