Aún en estado de shock por las imágenes y consecuencias de la DANA que ha asolado la provincia de Valencia y otros territorios del levante español, hemos de empezar a mirar hacia el futuro, pero a uno cercano y preocuparnos por todos aquellos que han perdido sus casas, sus muebles, sus vehículos y con ello parte de su propia vida. Por supuesto, tampoco hay que abandonar a aquellos que, además de eso, han sufrido desgracias personales y pérdida de familiares o amigos. Con todos ellos en la mente y el impacto aún de unas inundaciones como no se habían visto en el último siglo, al menos tan extendidas y con efectos tan devastadores, debemos seguir mirando hacia nuestro alrededor y aprender de ello para no cometer otra vez los mismos errores o mejorar el funcionamiento de los sistemas de alerta y aviso a la población.
La ola de solidaridad desatada en los pueblos de alrededor, los propios vecinos, ha sido enorme e incluso en Valladolid se han organizado recogidas y donaciones desde varios colectivos (el Banco de Alimentos ha donado 30.000 euros)para colaborar con los afectados, con quienes lo han perdido todo o aquellos que, de repente, se han visto en la calle con lo puesto. En esto los españoles también somos campeones, aunque más nos valdría tomar medidas de forma preventiva para no llegar a estos casos extremos. Todavía no es momento de disputas políticas, aunque nuestros dirigentes han sido incapaces de dejar pasar estos días de luto sin echarse culpas unos a otros. Hay que respetar el duelo, el llanto, la pena por la pérdida de tantas vidas humanas de forma tan cruel. Ya habrá tiempo para exigir responsabilidades, para aprobar nuevas medidas o para cambiar todo lo que no funcionó para evitar la tragedia. La naturaleza exige respeto y, a veces, nos damos cuenta de la inconsciencia con que construimos, trabajamos o actuamos sin pensar en los cauces de los ríos o en darle su espacio al agua desbocada. A ello hay que añadirle una intensidad desconocida en una de las DANAS que recorren el levante español todos los años por estas fechas.
Lo cierto es que estas reflexiones sirven de poco en caliente, sobre todo porque uno puede decir o escribir cosas inconvenientes. No obstante, espero que no olvidemos este desastre humano en unos meses y se estudien y analicen las causas y las consecuencias, con todo lo que hubo entre ambos para sacar unas conclusiones que sean útiles y que puedan consolar, aunque sea mínimamente, a quienes más han sufrido estos días aciagos en la historia de España.
Pero la vida continúa y a esta semana negra le seguirán otras borrascas vallisoletanas, aunque sea en sentido figurado. Una de ellas, quizás la más cercana, es la 'espada de Damocles' que se cierne sobre el convenio para la integración ferroviaria, cuya cuenta atrás se acerca al final tras el ultimátum de un mes dado por el Ministerio de Transportes al Ayuntamiento de Valladolid. El alcalde y su equipo de gobierno no han movido ficha, al menos que se sepa, y la disolución de la sociedad Valladolid Alta Velocidad puede suponer la paralización completa de las obras ferroviarias durante unos cuantos años. Además, los efectos económicos también pueden ser catastróficos porque sus miembros se verían obligados a asumir una deuda cercana a los 600 millones, cada uno en diferente proporción, pero que dejaría al Consistorio de la capital endeudado durante décadas.
Como siempre he defendido, aunque realmente es una utopía, esto solo lo puede salvar el diálogo. Cada parte debe cumplir con sus obligaciones, fijadas claramente en el convenio, y mientras no se alcance un acuerdo para cambiarlo, se debe trabajar en el sentido firmado. Si hoy no es posible el soterramiento, prosigamos mejorando la actual integración de las vías del tren en la ciudad, pues ello no impide que el equipo de Gobierno pueda seguir buscando apoyos que a día de hoy no tiene.
Las borrascas van y vienen, sobre todo en este periodo de otoño e invierno, así que esperemos que pronto se despeje el cielo y el futuro. Las obras continúan por doquier y la economía parece que funciona, a pesar de todo, así que la vida sigue, aunque con una tristeza en el corazón que sangra cada vez que vuelvo a ver las dolorosas e impactantes imágenes de Paiporta, Utiel, Requena, Letur y otros municipios valencianos o manchegos.