Todos los días, poco después de las nueve de la mañana, José Ramón Perán llega a su oficina de Cartif para hacer un seguimiento de todos los proyectos que tiene entre manos este centro tecnológico. Esto no sería ninguna novedad de no ser porque este catedrático cumplirá el próximo mes 86 años. Y lo hará con una lucidez envidiable. A pesar de esta edad, su presencia allí no es testimonial. Cada día supervisa y se implica en el funcionamiento de Cartif. Como lo ha hecho desde que hace 30 años comenzase a funcionar esta institución, con muchos menos recursos que ahora, pero con el mismo entusiasmo.
Dicen las personas que colaboran con Perán que es un «trabajador incansable», un «ejemplo» para todos los que comparten el día a día con él. Con una capacidad de aprendizaje y de adaptación que, lejos de desvanecerse con el paso de los años, se ha agudizado. La curiosidad sigue siendo su gasolina. Y la resolución de los problemas su obsesión. Solo así se explica que con solo 33 años fuese nombrado responsable de la factoría de Carrocerías de Renault, empresa en la que entró en abril de 1965 y donde también se encargó de dirigir, en otras etapas, el área de Aprovisionamiento de España y Portugal y la fábrica de Mecánica.
Reconoce que cuando le nombraron jefe de esa factoría se sintió el «amo del mundo», aunque ahora, con la perspectiva y el aplomo que da el tiempo, asegura que solo fue un granito más en todo lo que ha dado al mundo de la empresa y, por ende, a la sociedad vallisoletana. Eso no impide en que también saque pecho de todo lo que hizo en los años posteriores. «Disfruté mucho porque, en las grandes empresas, cuando la cosa va muy bien, como en ese momento le iba a Renault, a veces los sistemas de producción se relajan, pero yo hice una auténtica revolución en el aspecto organizativo y, sobre todo, en el humano», recuerda.
Porque para él, ese aspecto, el humano, tiene tanta relevancia en el funcionamiento de una empresa como otros que, en principio, pudieran parecer más importantes. Durante toda su carrera, en el ámbito académico y profesional, dice haberse sentido «muy bien tratado» por sus superiores, una dinámica que siempre ha tratado de replicar con sus subordinados. «Es algo absolutamente fundamental... hacer las cosas de forma honesta refuerza mucho la felicidad», añade.
El currículum de Perán es de esos que se extienden por folios y folios plagados de reconocimientos, publicaciones y méritos como el de haber participado en más de cien proyectos de I+D, algunos de ellos con presupuestos que superaban los 150 millones. O el Premio del Consejo Social de la UVa en 2006, el de Castilla y León a la innovación científica en 2009, el de la Real Sociedad Española de Física en 2011 y el segundo premio, en 2018, de los Roger Léron Award europeos, que destacan el compromiso con la eficiencia energética, energías renovables y la sostenibilidad. Un arsenal de galardones para un hombre que sigue haciendo de la sencillez una de sus señas de identidad. Como lo es el amor al trabajo, un bálsamo para él. La medicina para llegar en tan buena forma a los 85 años. «Siempre he pensado que el trabajo, bien administrado, es una bendición, una fuente de salud y felicidad, y eso me ha ayudado mucho», dice. Como le ha ayudado tener que buscar a diario soluciones a problemas de lo más variados. «Eso implica pensar, tener el cerebro activo, hablar con colaboradores...». Estar vivo, en definitiva.
Treinta años después de comenzar a pilotar Cartif, dice que el balance no puede ser más positivo en este centro tecnológico, como lo ha sido en la empresa privada y en las aulas de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales, que dirigió en dos etapas: entre 1980 y 1984 y entre 2006 y 2009. Y, en base a toda esta experiencia, deja un consejo para los jóvenes: «Que no regateen el trabajo y que confíen en las personas, más allá de filias y fobias».