Las resacas son diferentes según el último trago. En un universo paralelo, el gol de Marcos Llorente en el 93 no se produjo, y llovieron toneladas de críticas sobre Simeone, incapaz de ir a por un Real Madrid mermado en cada línea del campo, incapaz de abandonar esa idea conservadora de una línea de tres centrales sin un solo 'nueve' al que echarle el lazo, incapaz de corregir el rumbo desde que Brahim lo alterase en una jugada donde los rebotes castigaron la cobardía visitante. Pero en esta resaca sí hubo gol, empate y las críticas, lícitas y muy justas, se quedaron dentro del cajón para una ocasión mejor. Faltó muy poco.
Y es que el derbi madrileño fue «un partido raro», según el técnico argentino. Efectivamente, había un equipo empeñado en no fallar y otro… exactamente lo mismo. Las causas eran diferentes: los locales porque estaban descosidos por las ausencias. Los visitantes porque en el ideario 'cholista', «no perder» ante el gran rival siempre es una buena noticia, incluso cuando el punto es insuficiente para alcanzar cualquier objetivo. Del choque de dos iguales suelen salir encuentros así, «raros», difíciles de disfrutar y relativamente fáciles de analizar porque apenas suceden cosas interesantes. Más allá de cualquier cábala, ese último trago tal vez evitó que LaLiga quedase vista para sentencia (o casi) con 15 jornadas por delante:si el Madrid sale vivo de 'esa', nada podría pararlo.
La reacción
Un día antes, Lamine Yamal había decidido dar un paso más en su proceso de maduración hacia alguien trascendente en el mundo del fútbol. El Barça, ahogado colectivamente, necesita chispazos individuales para sacar la cabeza. Gündogan es la imprescindible veteranía y el poso en una situación así de compleja, pero el 'niño' aporta algo incluso más necesario, lo 'distinto'. Una de las claves en la lenta agonía del Barcelona posterior a Messi es no haber sabido reciclarse y convertirse en algo previsible. Yamal, aún con 16 años, tiene 'eso' por lo que merece la pena asomarse a un partido:no saber qué va a pasar.