En una semana marcada por la formación del nuevo Gobierno de España, al que se han incorporado dos ministros vallisoletanos, el exalcalde Óscar Puente y su número dos, Ana Redondo, ha llegado también la Navidad a la capital. Estos dos acontecimientos, que casi han coincidido en el tiempo, nada tienen que ver. Sobre los ministros ya se ha dicho casi todo, las promesas incumplidas, las esperanzas depositadas, las deudas pendientes con la provincia desde hace décadas… por eso hoy les quiero hablar de las fiestas navideñas, ésas que solían empezar poco antes del día del sorteo extraordinario de Lotería (22 de diciembre) cuando yo era chaval, pero que ahora por arte del consumo, las tradiciones importadas y otras razones ajenas se ha convertido en una competición por ver quién arranca antes con este periodo que ha perdido ya todo su sentido religioso.
Valladolid ya dio el pistoletazo de salida este jueves con el encendido navideño, la puesta en marcha del mercadillo artesanal y el inicio de las actividades culturales y festivas organizadas por el Ayuntamiento. Oficialmente, ya estamos en periodo navideño y aún queda una semana para que concluya el mes de noviembre. El mes y medio que falta para que lleguemos a la fiesta de los Reyes Magos, 6 de enero, se nos puede hacer muy largo, demasiado. Esta carrera de fondo comienza cada vez antes, pues ya hace semanas que todos los supermercados y cadenas de distribución han puesto en sus lineales los productos típicos navideños y turrones, polvorones y espumosos ocupan un lugar privilegiado en cualquier establecimiento de alimentación.
Más allá del tiempo que nos queda para que de verdad comiencen los días importantes de la Navidad, este adelanto excesivo lo marca la llegada del Black Friday, el Ciber Monday y el inicio de ofertas especiales por parte del comercio para incrementar su facturación durante un periodo de tiempo en el que nos dejamos llevar demasiado alegremente por un consumismo abusivo y aberrante en muchas ocasiones. Por supuesto, que el sector de la hostelería, del comercio e incluso del ocio intentan hacer caja en estas fechas y hacen bien, pero también deberíamos tener en cuenta que la situación en muchas familias no permite muchos gastos extra, ya que bastante tienen con llegar a fin de mes sin números rojos en la cuenta. Todo ello forma parte de una sociedad que debe mantener el equilibrio entre la solidaridad y el despilfarro, sin excesivas llamadas a un consumo desbocado, sino reflexivo y consecuente con la situación de cada uno.
Dicho esto, tampoco pretendo dar lecciones a nadie ni moralizar… cada uno sabrá por dónde quiere ir. Por ello, es justo reconocer el esfuerzo que últimamente está haciendo la capital, principalmente el Ayuntamiento, pero también los comerciantes y otros colectivos, para convertir a Valladolid en una ciudad que atraiga visitantes durante estas fechas prenavideñas. En las últimas décadas se ha puesto muy de moda acudir a distintas ciudades, españolas y europeas, para visitar su iluminación, sus mercadillos y otras atracciones que la hacen especial en esta época. Y el objetivo es que cada vez más de esas miles de personas que se desplazan en busca de un ambiente que les haga penetrar en un mundo de fantasía, quizás para alejarse de la realidad, y que facilite las compras de productos y regalos lleguen a Valladolid. Belenes monumentales, opera urbana, mercadillo artesanal, conciertos musicales, cabalgatas… un programa con más de 40 actividades intenta promocionar a la capital como la 'ciudad de la Navidad'.
Todo ello es loable, sin duda, y seguramente bueno para la imagen de la ciudad y para algunos sectores económicos que quizá puedan redondear el año o recuperar algo de lo perdido hasta ahora. Sin embargo, sigo pensando que estamos abusando y se hace ya demasiado largo este periodo navideño. Ya solo nos falta entrar en la absurda competición para ver quién instala el árbol de Navidad más alto de España, espero que no lleguemos a eso. Y finalizo con otra advertencia, según mi modesta opinión, entre lo bello y lo hortera solo hay un paso. Tengamos cuidado no se nos vaya la mano.